Lecturas por y para el día del trabajador: «La Lucha de Clases», por Ricardo Mella

[Leer en PDF]

Continuamos con nuestras lecturas. Hemos habilitado una sección donde compilaremos los textos que presentamos acá (todos ellos, de carácter crítico) y otras lecturas recomendadas, como libros o artículos.

Presentamos ahora a Ricardo Mella, teórico anarquista de España, pedagogo, topógrafo de profesión (con ello se ganaba la vida) e influyente militante, sobre todo con sus ideas, de los primeros años de la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Según cuenta Jose Prat, amigo personal y compañero de luchas, ya en septiembre del 1900, Mella acudió al Congreso Revolucionario Internacionalista de París, donde presentó su memoria  «La cooperación libre y los sistemas de comunidad», esbozando no sólo una idea del sociedad porvenir, sino también demostrando los enormes aportes que la teoría puede ofrecer a la práctica concreta del ideal anarquista.

Ricardo Mella (1861-1925)

En 1911, Ricardo Mella participa en el Primer Congreso de la CNT, representando a Asturias. De ahí que, reconociendo su enorme aporte al ideario ácrata, hayamos agregado dos textos más a nuestras lecturas por el Primero de Mayo: el primero es su recordado libro «Los Mártires de Chicago», dedicado a estudiar las causas y consecuencias de los acontecimiento de 1886, y, segundo, su artículo «Primero de Mayo», que presenta una lectura muy actual de la forma en que se desenvuelven anualmente los primeros de mayo.

El texto que acá citamos, «La Lucha de Clases», es una visión crítica a dicha forma de entender las luchas sociales, recalcando el lugar de la óptica libertaria y la dificultad que significa situar al anarquismo dentro del escueto análisis de «clase»: hay algo más allá de todo eso. En efecto, el texto concluye con una claridad tajante:

Por eso nosotros, anarquistas, podemos y debemos decir: «La revolución que nosotros preconizamos va más allá del interés de tal o cual clase; quiere llegar a la liberación completa e integral de la humanidad, de todas las esclavitudes políticas, económicas y morales».

Una refrescante lectura de un clásico del anarquismo. Una insistencia, a su vez, del pensamiento radical anarquista.

«La Lucha de Clases», por Ricardo Mella.

No se puede sostener una razón en nuestros días que la contienda social se encierre en los términos de lucha de clases.

El socialismo contemporáneo arranca, es cierto, de la afirmación rotunda de esa lucha, y en el espíritu exclusivista de clase se amparaba y se ampara. Mas en el correr del tiempo, la evolución de las ideas se ha cumplido y estamos muy lejos de las murallas chinas que partían, por gala, en dos a la sociedad humana.

A la hora presente, hay más socialistas y anarquistas en la clase media modesta que en las filas del proletariado. Los obreros, en general, permanecen inconscientes de sus derechos, dormidos para las aspiraciones emancipadoras, interesados a lo más por pequeñas y discutibles ventajas de momento. Los militantes obreros del socialismo y del anarquismo son, por lo regular, gentes escogidas por su ilustración, por sus gustos, por su peculiar intelectualidad. Pero fuera de esa pequeñísima minoría, el socialismo y el anarquismo tienen el núcleo principal y más numeroso de sus adeptos en el mismo seno de la burguesía. La literatura social, el libro y el folleto de propaganda, están hoy en todas las bibliotecas modestas o suntuosas de la clase media, mientras faltan en la inmensa mayoría de las casas obreras. A cuenta de nuestros tiempos puede abonarse el éxito enorme de la literatura social en estos últimos años, y ha sido precisamente la pequeña burguesía quien ha coronado con el más brillante triunfo los esfuerzos del proselitismo.

En el terreno de los intereses, las líneas fronterizas se borran cada vez más. Es difícil señalar dónde acaba un particularismo y empieza otro. Las luchas sociales agitan y suscitan una multitud de cuestiones imprevistas; entrelazan y mezclan los más opuestos bandos, y provocan fuertemente antagonismos inesperados, que cambian por completo la faz de las cosas. Una simple huelga que comienza interesando únicamente a un oficio cualquiera, conmueve a lo mejor la sociedad toda, generalizándose la contienda; se dividen o se juntan las opiniones, se exasperan los egoísmos, se exaltan las pasiones, y a veces, lo que proviene de una insignificante diferencia de dinero o de tiempo, se trueca en profundo problema de ética, que galvaniza y sacude fuertemente todas las energías humanas.

Por otra parte, la misma organización capitalista ha producido un cierto sedimento de rebeldía fuera del campo societario y socialista. No sólo las ideas de emancipación aprendidas en el libro, en el periódico o en el mitin, sino también el anhelo, el vivo deseo, casi la voluntad firme de emanciparse ha surgido entre la numerosa clase situada entre la espada del obrerismo y la pared del capitalismo. Abogados, médicos, literatos, artistas, ingenieros, pequeños industriales y comerciantes, todos los que viven a la burguesa sin el dinero que posee la verdadera burguesía, sienten el socialismo más vivamente que muchísimos obreros, y si bien no se suman al movimiento de emancipación, si no militan en las filas de la revolución, hacen más ellos por la difusión de las ideas que la mayoría de los que se dejan llamar socialistas sin entender una palabra del socialismo. Acaso el atavismo de clase pese sobre ellos; pero indudable es también que del otro lado hay todavía parapetos y reductos que no permiten penetrar en la fortaleza a quien no conozca bien la contraseña. Acaso también sucede que la manera socialista obrera, que tiene mucho de exclusivista, mucho de mecánica y mucho de rebaño, no cuadra bien a gentes a quienes interesan más las cuestiones de idealidad que el magno problema del pan. Porque de cualquier manera que sea, y nos referimos ahora a la pequeña burguesía inteligente, estudiosa y trabajadora, estos elementos sociales habituados al individualismo ambiente, no se conforman de ningún modo con el régimen de disciplina y ordenancista del socialismo autoritario, ni tampoco con las osadías del anarquismo y riñe de frente con todo lo estatuido. Hay una solución de continuidad que imposibilita por el momento la formación de un gran núcleo social, pronto al asalto y a la batalla decisiva por el provenir presentido.

En los mismos movimientos obreros suele ocurrir que una huelga determinada despierta grandes simpatías entre las clases medias, mientras la masa general de los obreros la ve con indiferencia, o una parte de esa misma masa traiciona a los luchadores.

Poco a poco va infiltrándose en el socialismo, cualquiera que sea su manera, la tendencia a los movimientos de interés general como la huelga de los inquilinos, la fiscalización del peso del pan y de la calidad de los alimentos, la resistencia y la fabricación de productos nocivos, etc., etc.

Todos estos hechos y otros que pudiéramos señalar hacen patente el decaimiento del espíritu de clase y nos muestran que el campo de lucha se ensancha por momentos. Y es que a la postre, aun cuando el materialismo histórico sea el punto de partida, aun cuando sea la seguridad del pan para todos la gran cuestión de las cuestiones, toda contienda humana acaba necesariamente en una cuestión de ética, de idealidad, por lo mismo que acaso lo de menos para la mayoría de los hombres es la satisfacción de las necesidades materiales.

Toda la cuestión social, todo el sentido íntimo del socialismo, genéricamente hablando, se reduce a esto: a asegurar a todos los hombres la vida material para que puedan desenvolverse moral e intelectualmente de un modo tan libre como indefinido. Representa así la más alta y la más noble de las aspiraciones que haya podido formular la filosofía.

Por eso nosotros, anarquistas, podemos y debemos decir: «La revolución que nosotros preconizamos va más allá del interés de tal o cual clase; quiere llegar a la liberación completa e integral de la humanidad, de todas las esclavitudes políticas, económicas y morales».

———————

(*) Texto publicado originalmente en Tribuna Libre, núm. 3, Gijón, 8 de Mayo de 1909. Extraído de Ideario, Ricardo Mella.