Educación: «La pedagogía de Bakunin», por Gastón Leval

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Mijaíl Aleksándrovich Bakunin, o bien Miguel Bakunin, nació un 30 de mayo de 1814 en la provincia de Tver, otrora perteneciente al Imperio Ruso. Por el momento, no nos detendremos a detallar sus datos biográficos, ni mucho menos a definir su pensamiento (fácil es descubrir las diferencias entre el joven y el Bakunin más maduro, no diremos viejo, pues falleció tan solo a los 62 años). Simplemente anunciaremos un hecho que está movilizando a los anarquistas del globo: el bicentenario del nacimiento de Miguel Bakunin.

Un joven Miguel Bakunin.

Un joven Miguel Bakunin.

«Uno de los dos o tres hombres que la rebeldía puede oponer a Marx en el siglo XIX», decía Albert Camus, y es que, ciertamente, la vida y obra del revolucionario ruso es admirable: apasionada por la revolución como ninguna, viva en pensamiento como pocos. No escribió lo suficiente, tampoco estuvo exento de contradicciones, mas su inclinación por la acción revolucionaria es lo que da valor a su legado (y las polémicas con Karl Marx, claro está).

Dada este efemérides, esperamos compartir diversos artículos y estudios sobre Miguel Bakunin que hemos encontrado por acá y acullá. El texto de Gastón Leval, anarcosindicalista e historiador francés, es un dato interesante: el pensamiento pedagógico de Bakunin, distinto a las otras pedagogías libertarias y, sin embargo, capaz de dialogar, incluso, con los principios educativos de León Tolstoi o Rabindranath Tagore: «Parangonar a Bakunin con Tagore puede parecer excesivo, pero había en él un Tagore, como había un Espartaco».

Este texto fue publicado originalmente en Revista Libertaria Reconstruir, número 100, enero – febrero de 1976 (Buenos Aires, Argentina):

«La pedagogía de Bakunin», por Gastón Leval.

Todas las actividades revolucionarias y problemas filosóficos esenciales de que se ocupó Bakunin podrían hacer pensar que no tuvo tiempo para aportar a los problemas de la instrucción y educación conceptos personales de real valía. Pero nos preocupamos aquí de un hombre a quien no se debe justipreciar con el rasero común.

No nos sorprenderá pues, que se haya interesado por otros problemas que los mencionados hasta ahora (lucha en las barricada, ataques a toda religión o iglesia, al Estado, al capitalismo, a la filosofía escolástica; fundación del movimiento socialista revolucionario internacional, preparación revolucionaria en distintos países, influencia sobre la juventud rusa, etc.). Tuvo también tiempo para pensar en la pedagogía, a la vez que en los derechos del niño, tema que entonces con excepción de Froebel, creador de los jardines de infantes, y de Pestalozzi, no parecía interesar a los intelectuales, a los sociólogos y menos aún a los hombres de Estado.

No propone Bakunin nuevas técnicas de enseñanza. No es ésta su misión. Aporta conceptos y principios de los cuales el pedagogo suizo Ferriére parece estar impregnado, y que podrían inspirar a la pedagogía contemporánea, pues las realizaciones más audaces quedan atrás con relación a lo por él preconizado, y dudamos que la sociedad humana, por perfecta que sea, pueda razonablemente ir más allá sin extravío.

El punto de partida, según expresa, es que “la escuela debe sustituirse a la iglesia, con la enorme diferencia de que ésta, al difundir su educación religiosa, no persigue otro objetivo que eternizar el régimen de la explotación del hombre por el hombre y de la autoridad supuestamente divina, mientras la educación y la instrucción de la escuela, al no perseguir otros fines que la educación real de los niños con vistas a su madurez, no será sino su preparación gradual y progresiva para la libertad, y el triple desarrollo de sus fuerzas físicas, de su espíritu y de su voluntad.

“La razón, la verdad, la justicia, el respeto humano, la conciencia de la dignidad personal, solidaria, inseparable del respeto humano de todos; el amor a la libertad para uno mismo y para los demás, el culto del trabajo como base y condición del derecho, el desprecio de la demagogia, la mentira, la injusticia, la cobardía, la pereza, tales deberían ser las bases fundamentales de la educación pública. Debe ante todo, formarse hombres, después trabajadores especializados y ciudadanos, y a medida que adelante la edad de los niños, la autoridad será cada vez más sustituida por la libertad, de modo que los adolescentes, al llegar a la mayoría de edad y siendo emancipados de acuerdo con la norma general, pueden haber olvidado cómo en su niñez habían sido criados y educados de otro modo que por la libertad”.

Bakunin insiste muy particularmente en la educación, en el sentido de formar “primero hombres, después trabajadores especializados”, podemos decir, hombres, antes que técnicos y la fórmula nos parece oportuna ante el olvido del espíritu en beneficio de la máquina. Fue la de Tolstoi en su escuela de Yasnaia-Poliana; fue la de Tagore, que reaccionaba contra la transformación del ser humano en papagayo y el atiborrar de los cerebros a expensas de la conciencia y de la sensibilidad de los individuos. Parangonar a Bakunin con Tagore puede parecer excesivo, pero había en él un Tagore, como había un Espartaco.

Para formar el carácter y la conciencia, la escuela debe tener en cuenta la personalidad del niño. La pedagogía teórica ha tardado en saberlo, porque las condiciones en las cuales Rousseau criaba a su Emilio no eran aplicables a las colectividades escolares, sino a hijos de privilegiados que tenían cada uno cuatro maestros. El conjunto de los niños no podía tener esta suerte no sólo por razones técnicas, sino también porque es con la práctica de la solidaridad que los individuos se vuelven sociables, y si se debe formar individuos  con personalidad propia, hay que formar también hombres aptos para vivir con sus semejantes. Con todo, este objetivo no implica la existencia de escuelas cuarteleras, ni que la disciplina destruya la iniciativa. Y como es sobre todo lo que se hace en el conjunto del sistema conventual o estatal, Bakunin insiste en lo que aparece como lo más necesario:

“Para ser perfecta, la educación habrá de ser más individualizada de lo que es ahora, individualizada en el sentido de la libertad, y únicamente mediante el respeto de la libertad, incluso en los niños, deberá tener por objetivo, no el amaestramiento del carácter, de la inteligencia y del corazón, sino su despertar a una actividad independiente y libre, ni otro culto, es decir otra moralidad, otro objetivo que el respeto de la libertad de cada uno y de todos, la simple justicia, no jurídica sino humana, la simple razón, no teológica, ni metafísica, sino científica, y el trabajo tanto físico como intelectual, como base obligatoria para todos de toda dignidad, de toda libertad, de todo derecho”.

“Tal educación ampliamente extendida en beneficios de todos, tanto a las mujeres como a los hombres, en nuevas condiciones económicas y sociales, haría desaparecer muchas supuestas diferencias naturales”.

En el Catecismo Revolucionario[1], Bakunin preconizaba una autoridad que se atenuaba gradualmente a medida que el niño se elevaba a la altura de la libertad consciente. Repite las mismas ideas en El imperio Knuto-germánico y la revolución social:

“La autoridad es necesaria durante los primeros años de la vida, pero siendo todo progreso la negación del punto de partida[2], la libertad acaba necesariamente por triunfar, pues el objeto final de la educación es el de formar hombres libres llenos de respeto y amor por la libertad ajena”.

La pedagogía de Bakunin es, pues profundamente humanista.

Llegamos a la enseñanza secundaria y superior. Y es interesante constatar que las ideas bakuninianas han sido lo que tiempo después los teóricos de la pedagogía han llamado en Francia la Escuela única.

En primer lugar, Bakunin parece inspirarse visiblemente en el método que ha servido al desarrollo del pensamiento de Augusto Comte, y bajo esta influencia habla de filosofía positiva allí donde se trata de filosofía científica experimental. Pero los principios consiguientes son de Bakunin.

“La instrucción científica tendrá por base el estudio de la naturaleza y por coronamiento la sociología, dejando de ser el dominador y violador de la vida, como lo es siempre en todos los sistemas metafísicos y religiosos, el ideal no será en adelante sino la última y más bella expresión del mundo real; dejando de ser un sueño, se volverá una realidad.[3]

Por individualizada que sea, la educación, cuyos fines son, como hemos visto, eminentemente sociales, la instrucción científica nos lleva a la humanidad. Es, una vez más, humanista ante todo, y su humanismo está puesto al servicio de los que son y serán. Bakunin preconiza dos etapas posteriores: la de la cultura pura, que pone en contacto a los muchachos y muchachas con el saber generalmente considerado, y la que después de aquella lleva a la profesión:

“Ninguna inteligencia, por grande que sea es capaz de abarcar todas las ciencias; y por otra parte, siendo el conocimiento general absolutamente preciso para el desarrollo completo de los espíritus, la enseñanza se dividirá naturalmente en dos partes: la general, que proporcionará los elementos principales de todas las ciencias vistas en conjunto, y la especializada, necesariamente dividida en varios grupos, cada uno de los cuales abarcará en todas las especialidades cierto número de ciencias que, por su afinidad, están llamadas a completarse.”

Tal división y tal especialización de la enseñanza científica, que se muestran tan necesarias cuando vemos el concepto estrecho de la enseñanza en nuestros días, ya no están inspiradas por Augusto Comte. Bakunin las concibe en un plan donde el método de trabajo corresponde al prodigioso desarrollo de los acontecimientos a que se ha llegado, y que distan aún de haber alcanzado su apogeo. Pero sigue desarrollando su pensamiento, dando siempre el primer lugar al humanismo.

“La primera parte, la parte general, será obligatoria para todos los niños; constituirá, si así podemos decirlo, la educación humana de su espíritu, sustituyendo completamente a la metafísica y a la teología y situando a los educandos a una altura suficiente para que, al llegar a la edad de la adolescencia, puedan elegir con pleno conocimiento de causa la especialización que mejor convenga a sus aptitudes y a sus gustos”.

Los adolescentes podrán equivocarse al elegir su papel en la sociedad. Esta hipótesis perfectamente fundada nos permite ver una vez más el papel de la autoridad de los padres para sus hijos, Bakunin es categórico: “detestamos y condenamos con toda fuerza de nuestro amor por los niños, la autoridad paternal, tanto como la del maestro de escuela”. Y se subleva cuando unos y otros, “determinando arbitrariamente el porvenir de los niños obedecen mucho más a sus gustos personales que a las aptitudes de los hijos”. Por fin, considerando que “las faltas cometidas por el despotismo son siempre más funestas y difíciles de enmendar que las  cometidas por la libertad, mantenemos contra los tutores oficiales, oficiosos, paternales y pedantes del mundo, la libertad plena y entera de los niños de elegir y determinar su existencia”.

Bakunin exponía estas ideas y discutía estos problemas hace más de un siglo, en el año 1869, en un periódico leído por los trabajadores manuales y, no lo olvidemos, en una serie de artículos titulados La enseñanza integral. Nos parece digno de señalarse que varios de los hombres notables que fueron sus compañeros en la alianza (Paul Robin, Ferdinand Buisson[4], James Guillaume), después de haberse retirado de la lucha ante la invasión autoritaria de los socialistas marxistas, consagraron su vida a los problemas pedagógicos, aportando su contribución a la enseñanza; a los nombrados podemos agregar a Claparede, que no perteneció a la alianza, pero que estuvo en contacto con Bakunin. Este no se limita a lo que hemos señalado, y nos expone algunos aspectos complementarios a su pensamiento:

“La enseñanza industrial, o práctica, deberá darse al mismo tiempo que la enseñanza científica o teórica. Lo mismo que la enseñanza científica, la enseñanza industrial comprenderá una primera parte en la que el niño «adquirirá el conocimiento general y práctico de todas las industrias, tanto como su idea de conjunto, que constituye la civilización, en tanto que material, la totalidad del trabajo humano; y la parte especial, dividida en grupos de industrias más particularmente ligadas entre sí»”.

Aquí Bakunin se adelantaba en tres cuartos de siglo a lo que se ha empezado a practicar en las escuelas profesionales de los países más evolucionados. Pero donde sólo se procura hacer productores, mientras que Bakunin quería al mismo tiempo, dar una idea de conjunto de lo que constituía “la civilización en tanto que material, la totalidad  del trabajo humano”, e introducir en el aprendizaje de un oficio un contenido al que no se refiere aún y no parecen dispuestos a referirse los técnicos de las escuelas profesionales. Esta diferencia basta para demostrar la diversidad de espíritu que conduce por una parte a la automatización del hombre, y por otra a la humanización del productor y del trabajo.

Precisando aún, Bakunin introduce la enseñanza moral especial en la enseñanza general. Como en otros casos, no tuvo tiempo para desarrollar su sistema, pero los apuntes que nos ha dejado prueban que también había meditado sobre tan importante tema:

“La moral divina está fundada sobre dos principios inmorales: el respeto a la autoridad y el desprecio de la humanidad. Por el contrario, la moral humana se funda únicamente en el respeto de la libertad y la humanidad. La moral divina considera el trabajo como una indignidad y como un castigo; la moral humana ve en él la condición suprema de la felicidad de los hombres y de la humana dignidad. En consecuencia, la moral divina conduce a una política que sólo admite los derechos de los que por su posición económica privilegiada pueden vivir sin trabajar. La moral humana sólo los admite para los que viven trabajando; reconoce que sólo trabajando el hombre accede a la humanidad”.

Del mismo modo que no enumera las normas de la enseñanza técnica y científica. Bakunin tampoco dice en qué debería consistir esa “serie de experiencias sucesivas” es decir las aplicaciones prácticas mediantes las cuales debería darse la enseñanza moral. Pero basta con que aporte los principios. A los pedagogos, los profesores, los maestros, les toca hallar los procedimientos adecuados según las épocas y las situaciones, procedimientos que al procurar la realización de tan altos principios deberían ser tan amplios como la vida misma y como las relaciones de los hombres en la colectividad.

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[1] Documento escrito en 1863, inédito hasta ahora, y sólo reproducido en “Life of Bakunin”, obra poligrafiada por Max Nettlau.

[2] Resabio de la dialéctica hegeliana que  se encuentra a veces en Bakunin.

[3] Del estudio “La enseñanza integral”.

[4] Que fue uno de los más brillantes ministros de la instrucción pública, y de quien James Guillaume fue colaborador. En cuanto a Paul Robin, organizó en Francia la primera escuela bisexual mixta y fue a este título el pionero de la enseñanza mixta.