[Por Maximiliano Astroza-León. Archivado en Educación]
Para los estudiantes de los “Liceos Autogestionados”
Ha sido impresionante para gran parte de la sociedad chilena cómo cientos de miles de jóvenes, desde hace meses y a pesar de las amenazas y violencias por parte de las autoridades y expertos, se han volcado a las calles al tiempo en que han construido espacios autogestionados en sus colegios, liceos y universidades, exigiendo a la sociedad toda un nuevo tipo de educación, partiendo ellos mismos por proponer formas, métodos, principios y valores, que sobrepasan por mucho el designado como tema central: la gestión político – económica del sistema educativo, reflejada en la tan publicitada frase de “educación gratuita”. Apelan estos grupos de jóvenes, por cierto, a valores y actitudes renovadoras, regenadoras, genésicas de una sociedad fundada en la libertad y la solidaridad. Esta nueva educación, que para ellos se resuelve en una “educación LIBRE”, ha sido sostenida con la esperanza que da entregarse a una causa que se considera justa y necesaria, no porque la historia o las leyes o la economía así lo señalen o lo permitan, sino porque es natural y consustancial a todos los seres humanos.
Para estas muchachas y muchachos libertarios, que en sus prácticas cotidianas dentro de las “tomas”, en su trabajo de difusión, estudios, o en las diversas formas que han asumido para afrontar las movilizaciones, les dedicamos unas palabras del escritor y premio Nacional de Literatura, MANUEL ROJAS, que nos recuerda la importancia de la esperanza en las luchas que emprendemos, una esperanza que creemos y confiamos que para estos jóvenes, PRESENTE de un país y de un continente entero, fructificará como rosal en septiembre, seguros de que, en vez de centrarse en muertos y ciudades destrozadas, lo harán con la alegría que da la vida, la hermosura y ternura de la juventud.
DE QUE SE NUTRE LA ESPERANZA, por MANUEL ROJAS
Todo ser humano, por miserable que sea su condición, tiene una esperanza, pequeña o grande, noble o innoble, inalcanzable o próxima, pero esperanza al fin. Una parte de su ser vive en y de esa esperanza, se alimenta de ella y en ella.
Hay días en que esa esperanza amanece reducida al mínimo, misérrima, espantosamente misérrima. Sus posibilidades de realizarse se han alejado o destruido y el ser humano piensa y siente que más valdría que esa esperanza muriese y con ella aquella parte de su ser que vive de ella y en ella, que se alimenta en ella y de ella y que en esos momentos ni se alimenta ni vive, pues está miserable, tan miserable como la esperanza misma.
Pero el hombre tiene, además, otra esperanza: la de que han de venir días mejores para la suya. La deja, entonces, así, pequeña, entumecida, raquítica, y espera; rechazarla sería rechazarse a sí mismo, matarla equivaldría matar lo que él más estima en sí mismo.
Hay veces en que el ser humano espera vanamente: su esperanza muere en él, tan marchita como él. Otras veces, en cambio, en aquella raíz casi podrida hay un rebrote, un rebrote que puede morir al poco tiempo o que puede traer otros y otros, fuertes y erguidos, apretados de savia, casi agresivos de vitalidad. El ser humano se siente entonces como debe sentirse un rosal en septiembre: pleno, próximo a estallar, incapaz de resistir la ola de vida que asciende y circula por sus venas. La esperanza está próxima a convertirse en realidad.
Se ha esperado mucho tiempo, han transcurrido muchos días, terribles y amargos días, días de silencio, días en que se prefería no recordar que se tenía una esperanza, días de rencor contra aquello que impedía su desarrollo, días de desprecio para lo que pudiendo vigorizarla, no la vigorizaba. Días de desprecio, en fin, para sí mismo. ¿Cómo se pudo poner una esperanza en manos tan inhábiles, entregarla a dedos tan torpes, a fuerzas tan inútiles?
Todo aquello, sin embargo, no fue en vano: aquí está la esperanza, rebrotando con una fuerza que produce miedo, con una fuerza que está casi más allá de nuestra capacidad de soportarla. Es triste, claro está, muy triste que una esperanza se nutra de hombres muertos, de ciudades rendidas o destrozadas, de incendios, de sangre y de exterminio, pero no siempre le es dado al hombre elegir la materia con que se nutrirá su esperanza.
Babel. Revista de Arte y Crítica. Santiago de Chile, Año IX, Vol. XI, N° 46, Julio – Agosto, 1948, pp. 201 – 202.