En 1952 llega a Chile el músico Dámaso Pérez Prado para una gira de conciertos y presentaciones en Chile. Para la sociedad de entonces, esa tan esperada visita, según el director de la orquesta “Rumberos del 900” significó el inicio de un movimiento musical que abarcó a esa generación, provocando un despegue de la música tropical en sus expresiones de orquestas y sonoras al ritmo del mambo, chachachá, bolero, cumbia. Las radios comienzan a transmitir esas armonías tan pegajosas, interpretadas por la “Huambaly”, en canciones que hacían mover los pies, caderas y hombros, juntando cuerpos y alegrando a la sociedad. Fue en esta misma década de 1950, que Chile vio surgir de entre la clase trabajadora, la unión tanto esperada y anhelada por tantas y tantos que creían que una real alternativa al capitalismo era una clase trabajadora organizada, luchadora, autónoma. Así, en 1953, nació la Central Única de Trabajadores (C. U. T.), de la implacable perseverancia de sindicalistas como “Don Clota” y otros. Por aquellos años, la lucha sindical se hizo constante en la medida que las condiciones de vida y trabajo no mejoraban. Las ideas sobre cómo debía ser y los objetivos de “la” revolución eran discutidos y defendidos de forma vehemente por unos y otros, discutidos en la política de salones por algunos “representantes burgueses” del pueblo, y defendidos en la calle y aulas obreras, por intermedio de folletines y cartillas de formación que se distribuían para la concientización, así como también por intermedio del mejor y más práctico, humano y sencillo “cara a cara”. Aquellos años de mitad del siglo recién pasado, que algunos historiadores han venido a ver como tiempos de fantasmas libertarios, espectros anarquistas reflejos de una política propia de las décadas de 1920 ó 1930 –imágenes de los cuentos de Manuel Rojas o J. S. González Vera-, o el final del decaimiento del movimiento libertario, fue a la vez de un desarrollo musical esplendoroso tanto para los artistas como bohemios de las ciudades principales del país, como de una influencia implícita de los valores libertarios en el mundo del trabajo. En este sentido, ¿qué tiene que ver la música y la lucha social?
Casi seis décadas después, en el año 2011, cientos de miles de jóvenes salieron a las calles en signo de protesta por el sistema educativo en primer lugar, copando las calles, las instituciones educativas, las conversaciones familiares o los discursos de diputados y senadores, ministros y presidente. Así también, los medios masivos de comunicación, ya sea televisión, radios o diarios, destacaron la creatividad artística de las marchas estudiantiles, asimilando al tiempo a estas a una cierta pasividad de las mismas, creando un estado de afirmación positiva hacia este tipo de manifestaciones sociales en la medida que no rompían escaparates o no golpeaban policías: coloridas y musicales marchas estudiantiles significan neutralidad de un inasible concepto de movimiento ciudadano. En este momento, volvemos a un punto que aparentemente se nos pasa por alto: un movimiento social, actualmente denominado “ciudadano”, que integre la alegría tiene un punto a su favor, pues si bien el odio y la rabia nos ayudan a sobrevivir y destruir aquellos valores conservados por la tradición pero que ya no son útiles, es la alegría y la creatividad que manifiestan una predisposición del espíritu humano para la creación, es decir, promover algo nuevo o reformular de tal modo lo antiguo que se haga irreconocible, sirviendo positivamente a la comunidad. No estamos afirmando aquí que las manifestaciones artístico-musicales fuesen anarquistas, sino sólo que un espíritu festivo es elemento primordial para la transformación social, y no sólo la rabia. Cuando Kropotkin y Reclus hablaban acerca de las leyes naturales que explican el movimiento, no podemos dejar de pensar en que estas leyes de la cinemática y dinámica también son aplicables a los grupos humanos, los “movimientos sociales”, como también a las expresiones culturales y razonadas del espíritu humano. La idea tan cara a Reclus de la armonía natural, encuentra eco en la composición de las armonías características de los ritmos latinoamericanos. Y si de esta forma, las gentes de estas regiones viven y quieren un tipo de música, otras gentes, de regiones distantes, formaron o formarán sus propias expresiones de libertad, ya sea en alegría, ya sea en sufrimiento. Tanto el jazz como la música tropical, vienen a promover esas ansias de libertad, de gozo, de disfrute. En este mismo sentido, recordemos que desde los tiempos de la primera Internacional que la clase trabajadora lucha por un reparto justo del tiempo: 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de recreación. Estas últimas horas, no menos importantes que las primeras, ven en el rescate de estas expresiones de sociabilidad popular un aporte necesario y natural al desarrollo del hombre y la mujer libre.
Es así que en esas marchas estudiantiles de 2011, en que la música se escuchó y no sólo los gritos en contra de tal o cual gobierno, tuvo su lugar principal. Se oyó cantar a las jóvenes al nuevo ritmo de viejas cumbias, y los jóvenes bailaron y se extasiaron en el disfrute de estas expresiones. No estamos aquí asegurando que este tipo de baile y música sean por sí mismas expresiones de descontento, de movilización y de crítica social o de protesta, sino que constituye una manera de enfrentar la vida y construir un tipo de sociabilidad afincada en la alegría del estar juntos. El baile es tacto como comunicación, elementos ambos necesarios en la construcción de alternativas comunitarias o expresiones autogestionarias. No debemos entender aquí que estos danzarines o cantores sean anarquistas ni mucho más, sino que expresamos que el anarquismo, haciendo propio una expresión natural del espíritu y razón humana, como son la danza, la música y el arte en general, pueden lograr mejorar las condiciones de vida. Cuando Kropotkin hablaba, refiriéndose a una práctica anarquista en tanto ética, señalaba que esta sería “humana” simplemente. Ahora bien, rescatemos aquellos elementos que nos pueden servir en una propuesta integral de construcción social, y la alegría es uno de ellos. La querida Emma Goldman nos decía que una revolución que no pudiese ser bailada o disfrutada no era la suya, a lo cual agregaríamos, tampoco la nuestra, porque en el ADN de la práctica libertaria, la sociabilidad libre, el apoyo mutuo en alegría y comunión es precisa y necesaria. Destruyamos y construyamos al tiempo, pero no porque la historia así lo determine, sino porque la sufrimos, y por tal motivo, respondemos con música y baile que nos ayudan a soportar los dolores que son cada vez más intensos, en cuanto el momento del parto -la verdadera revolución humana- está a punto de suceder. Quien no se emocione con las letras, verdaderas poesías sobre los ríos y playas, trabajos y amores, mujeres y hombres, difícilmente dejará entrar en su corazón y mente las ideas por un mejor vivir que nos propone el anarquismo.