El Premio Nacional de Literatura, que recibió en 1950, obligó a José Santos González Vera a asumir en público una vocación hasta ese momento semiprivada. Bruscamente pasó del silencio casi zen, en el que había escrito y publicado hasta entonces -sólo dos libros: Alhué y Vidas mínimas -, a una etapa de plena productividad, ensayando muchos géneros distintos.
El Premio Nacional, como ahora, como siempre… El 13 de junio de 1950, José Santos González Vera, funcionario de la Universidad de Chile, decidió ir a almorzar con Héctor Fuenzalida, ex compañero de oficina. Al entrar al restaurante les salió a su encuentro Juvenal Hernández, rector de la misma Universidad. Éste lo felicitó ruidosamente. Hacía pocos minutos, y por unanimidad, el autor de Vidas mínimas había sido elegido Premio Nacional de Literatura, en gran parte porque era uno de los pocos escritores chilenos que no habían hecho ningún esfuerzo para ganarlo.
¿Quién es ese famoso González Vera?, se preguntó con creciente indignación gran parte de la fauna literaria chilena de entonces. Dos libros de relatos, con cierto éxito de crítica y nula repercusión entre el público (la edición de cada uno, de no más de mil ejemplares en cada caso, se demoró dos décadas en agotarse). Anarquista de joven, perseguido por sus ideas, parte central de muchas publicaciones ácratas, empleado a cargo de organizar conferencias en la Universidad de Chile, amigo semiinvisible de Manuel Rojas. Una invención de éste, dijeron no pocos, un simple fantasma de otro tiempo que Alone mandó a premiar por puro capricho. Escritor chaplinesco, dijeron sus opositores, coleccionista de palos de fósforos, tan insignificante como un cuaderno escolar sin escribir: González Vera insistió en publicar en la solapa de Cuando era muchacho (Nascimento, 1951) estas y otras críticas. Quería llenar las solapas de invectivas, pero el editor lo obligó a incluir un par de alabanzas. (Seguir Leyendo)