Reclus, “geógrafo pero anarquista, anarquista pero geógrafo” según sus propias palabras, científico y escritor, además de revolucionario en la “Comuna” de París (1871), prisionero y exiliado, escribió una enorme cantidad de páginas sobre estudios terrestres: “La Tierra” (2 vols.), texto referente a las características geográfico-físicas del globo terrestre, una de las obras más destacadas del ámbito en los años en que fue publicada; “La Nueva Geografía Universal” (6 vols. ó 19 vols, según distintas ediciones), una extensísima, voluminosa y potente geografía regional mundial que abarca los elementos naturales en relación con los humanos, obra escrita en colaboración con su hermano Onésimo, Pedro Kropotkin y otros tantos geógrafos y etnólogos libertarios, es una investigación a la altura de las escritas por Alejandro de Humboldt o C. Ritter; teniendo un final espectacular para una trilogía inigualable en la teoría y ciencia libertaria: “El Hombre y la Tierra” ( 6 vols., traducida al español por Anselmo Lorenzo para la Escuela Moderna promovida por Francisco Ferrer y Guardia), un verdadero compendio de Geografía Social según las propias palabras de Reclus.
A todo lo anterior se agregan un número impresionante de mapas, fotografías, grabados, estadísticas y dibujos, que no dejaron indiferente a ninguno de los grandes científicos de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Algunos llegan a señalar más de treinta mil páginas escritas de puño del geógrafo anarquista. Entonces, teniendo en cuenta la trascendencia para la ciencia y la teoría anarquista: ¿por qué quedó en el olvido? Respuestas hay de varios tipos, pero con la que más nos identificamos es que la geografía reclusiana coloca en tensión el desarrollo del pensamiento científico y geográfico, junto al poder y el ejercicio de una ciencia no comprometida con los explotados y la naturaleza, provocando un cuestionamiento a la desintegración de las ciencias en humanas y naturales, y aún más: cuestiona la división en ramas, disciplinas, subdisciplinas, apostando a una “Geografía Social”, integradora, “interdisciplinaria”, algunos dirían hoy.
Por esta razón, y con nuestras muy escasas fuerzas, hemos decidido develar la importancia para la teoría y práctica anarquista de este geógrafo francés, latinoamericano por convicción, comprometiéndonos con propagar y difundir su obra en cuantos lugares y modos podamos. De allí entonces que colocamos a disposición de quienes se interesen, la presentación, introducción y primer párrafo de la obra “El Hombre y la Tierra”, porque en tiempos en que algunos promueven un pensamiento libertario sustentado en el materialismo histórico y dialéctico, nosotros, junto a Reclus (y su amigo Pedro Kropotkin), evocamos un anarquismo basado en los principios del apoyo mutuo, de su naturalidad y de la posibilidad de realización concreta gracias a la voluntad cooperativa humana en armonía con los principios humanos, porque “La Anarquía es la máxima expresión del orden”.
Por último, para quienes vivan en Santiago de Chile, lugar desde el que escribimos y trabajamos, las obras de Eliseo Reclus pueden ser encontradas en las Bibliotecas Nacional de Chile, de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y de Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Chile, entre otras.
El siguiente texto será archivado, en formato PDF, en la sección de Geografía:
El Hombre y la Tierra, por Elíseo Reclus [Versión Española de A. Lorenzo, para la Escuela Moderna de Barcelona (1906), revisada por Odón de Buen]
A LOS LECTORES, por Odón de Buen
Presta la Escuela Moderna, de Barcelona, un servicio de incalculable valor, ofreciendo la traducción de esta obra a cuantos hablan el idioma castellano. Si se vulgariza su lectura entre nosotros, si cuantos la lean procurasen reflexionar las conclusiones trascendentales que el autor deduce, pudiera tener el libro de Reclus grande influencia en los destinos de nuestra raza.
Ni he de caer en el ridículo de presentar ante los lectores españoles e íbero-americanos a una personalidad de tan justa fama, de tan universal renombre como Elíseo Reclus, ni he de tener el atrevimiento imperdonable de criticar a priori la síntesis grandiosa que se vislumbra desde luego en el plan de esta obra y en el desarrollo de los primeros capítulos.
A fuer de naturalista, por mis convicciones filosóficas y por la profesión a que consagro mi vida, siempre en ellas inspirado, he de felicitarme por la publicación de esta obra, de que el gran Reclus con su inmensa cultura, con su genio sintético, emprendiese esta labor y la haya llevado a feliz término. Poner de relieve la armonía entre la evolución de nuestro planeta y la evolución humana, es el propósito del libro; y la evolución de la tierra es un capítulo de la eterna evolución cósmica; por lo cual, en último término, se deducirá de los hechos acumulados que no hay nada extra-material ni en el origen, ni en el desenvolvimiento individual, ni en la evolución social del hombre.
La ignorancia sostuvo mucho tiempo el error geocéntrico; divino el origen del hombre, santa había de ser la Tierra que habitaba. Y nuestro Globo terrestre, tan humilde a los ojos de la ciencia astronómica, se convirtió en planeta privilegiado, centro del universo, para los ignorantes.
Fue el orgullo humano sostén firmísimo del error antropocéntrico; como viven orgullosos de sus pergaminos los representantes de la que fue un tiempo poderosa aristocracia, reducida hoy a un apéndice social atrofiado, sin función, se escudan en su origen divino, en su condición de personajes del pueblo elegido, todos los que mantienen la ignorancia individual y la barbarie colectiva en el Mundo.
Ambos errores trascendentales tienen importancia mayor de la que tendrían como hecho histórico; constituyen el más poderoso obstáculo al progreso de nuestra raza latina; son el punto de partida de nuestra defectuosa constitución social, el cimiento en que descansan instituciones teocrático-monárquicas (y en América teocrático-republicana también), que luchan contra las corrientes modernas sin descanso y empujan los pueblos con la fuerza de la tradición, los resortes del poder y el analfabetismo, por la pendiente de una evolución regresiva hacia los tiempos bárbaros de la Edad Media.
Hacen inmenso daño estos errores; apartan la vista humana de la Naturaleza creadora, fija la imaginación en el destino de ultratumba, que no se conquista, ni por la inteligencia, ni por el trabajo, ni siquiera por la virtud; degradada la personalidad, haciéndose dócil juguete de las pasiones clericales, las energías humanas se reducen al mínimun o resultan estériles; la naturaleza bravía, salvaje, se impone al hombre que no la dirige ni encauza, y en vez de ser la vida, con los destellos del genio y los progresos de la mecánica, labor fecunda que arranca a la Naturaleza pródiga sus tesoros para aplicarlos al bienestar del hombre, impidiendo el desarrollo de las pasiones mezquinas y de los vicios más bajos, es la existencia humana un triste paso por la Tierra en rebaño trashumante, bajo la dirección del pastor interesado y la defensa del noble perro al que se despertaron los instintos de fiera.
Prestan contra esta petrificación social, contra este empantanamiento de la vida, grandes servicios los artistas que cantan la Naturaleza disciplinada por el hombre y propagan el culto al trabajo, pero los prestan mayores los sabios que descubren las leyes sociales con el estudio de lo pasado y lo presente, señalando rumbos de redención segura para lo porvenir.
Y esta obra de Reclus tiene tanta importancia filosófica como social. Reunir caudal inmenso de hechos, desde las primeras investigaciones prehistóricas y etnográficas hasta los últimos descubrimientos; ordenarlos, clasificarlos, enlazarlos entre sí; descubrir las leyes de la evolución social en sus relaciones con la evolución terrestre, sería mucho bajo el punto de vista científico; pero la ciencia tiene por finalidad lograr el bien y hay que poner sus enseñanzas a disposición de todos, indicando noble y desinteresadamente el camino de bienestar. EL HOMBRE Y LA TIERRA, de Reclus, tiene esta doble finalidad.
Pasó el tiempo de la erudición a que tan propensa se muestra nuestra raza. Las obras sin fondo filosófico, sin finalidad social, proporcionan a veces excelentes datos para formular principios generales, pero no pueden considerarse como científicas; son como los materiales de construcción en toda obra arquitectónica, indispensables, absolutamente necesarios, pero no constituyen por sí la obra, aunque cada cual haya sido preparado y esculpido por hábil artista; hay que clasificarlos, ordenarlos, disponerlos según el plan del arquitecto para que el edificio resulte. Y Reclus es incomparable arquitecto literario. Reúne profusión de datos, los coordina y los hace vibrar en la inteligencia del lector los elementos del juicio, produciendo la visión de un mundo mejor que el actual, fundado en la Naturaleza sabiamente interpretada y explotada racionalmente, sin atavismos posibles, con una organización social que imposibilite la vida en rebaño, el servilismo de la inteligencia y la explotación de un hombre por otro.
Científicamente demuestra Reclus con su obra que los naturalistas no se han equivocado al afirmar que debe ser el estudio de la Naturaleza base de la interpretación de la Historia y fundamento de la Sociología, y lleva a la práctica admirablemente este principio del naturalismo. Filosóficamente procede como Bacon, no sentando deducciones sino en la firma base de los hechos observados. Sociológicamente marca los rumbos que han de conducir al hombre a su grandeza moral y a su bienestar material. Es EL HOOMBRE Y LA TIERRA una obra completa, digna hija de los tiempos actuales.
Es justo agregar que la ilustración del libro demuestra el grado elevadísimo de progreso que han alcanzado las artes gráficas y la pericia del autor eligiendo los motivos de ilustración, los mapas, fotografías, etc.
Sólo falta, para que esta obra de los resultados apetecidos en los países que hablan el idioma castellano, su vulgarización. A pesar del fondo científico que tiene, puede leerla y comprenderla bien toda persona medianamente culta. Respondan los amantes de la Ciencia, los hombres de ideas progresivas, al sacrificio que hace gustosa la Escuela Moderna, de Barcelona, y tendrá nuestro pueblo a su disposición un gran elemento de cultura y un ariete contra las preocupaciones que nos ahogan y los convencionalismos que nos degradan.
Odón de Buen
Barcelona, julio, 1905.
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Reclus ha muerto apenas comenzaba la impresión de su obra en castellano. Aunque esperada, esta triste noticia ha producido sensación inmensa entre los hombres de ciencia y entre los trabajadores ilustrados.
Tardará mucho tiempo en borrarse el recuerdo personal del gran geógrafo; en la Ciencia ha dejado estela luminosa y profunda por su espíritu innovador, audaz, verdaderamente revolucionario, unido a la solidez berroqueña de una cultura extensísima.
El influjo suyo en la ciencia geográfica marca una nueva época. No es ahora la Geografía una ciencia muerta, árida, descriptiva, monográfica, sin trascendencia social ni espíritu filosófico; es, merced a Reclus, principalmente, ciencia viva, evolutiva, llena de encantos, penetrada del espíritu de la filosofía naturalista y servidora fiel de las grandes reivindicaciones sociales. Aprovechando las incesantes conquistas de las Ciencias Naturales, extiende su campo; infiltrada de las corrientes modernas, se convierte en Ciencia Social; porque, sin duda alguna, el carácter más saliente del movimiento intelectual contemporáneo, es la socialización de la Cultura, y de esta saludable corriente ha sido Reclus uno de los impulsores más poderosos.
Los idealistas, los amantes de la Justicia, los hombres rectos de conciencia, no olvidarán nunca ese raro ejemplo de constancia inquebrantable y de firmeza de convicciones que ha dado Reclus al mundo entero. Es que no hay base más firme para las creencias humanas que las Ciencias positivas.
Por fortuna, al morir Reclus, no sólo deja completamente terminada esta obra magna, EL HOMBRE Y LA TIERRA, sino que la había revisado cuidadosamente y disponemos de sus notas.
Hemos perdido con su muerte al maestro, al amigo entusiasta; hemos perdido la esperanza de que aquella mente luminosa dotase a la Humanidad de nuevas obras que sirvieran para orientarse hacia la Verdad y el Bien; pero la obra esta que publicamos, con el fervor de los discípulos, no con el ansia del lucro mercantil, no sufrirá ni interrupción ni menoscabo alguno.
Tenemos la satisfacción de haber proporcionado a Reclus, en las postrimerías de su laboriosa y fructífera existencia, el gusto de ver comenzada esta edición española que él miraba con tanto cariño, y en la que ponemos todo nuestro empeño con el propósito de difundirla por los territorios del globo en que se habla nuestro idioma.
O. de B.
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“EL HOMBRE ES LA NATURALEZA
FORMANDO CONCIENCIA DE SI MISMA”
PREFACIO
Hace algunos años, después de haber escrito las últimas líneas de una larga obra, La Nueva Geografía Universal, expresaba el deseo de poder estudiar un día al Hombre en la sucesión de las edades, como le había observado en las diversas regiones del Globo y establecer las conclusiones sociológicas a que había llegado. Trazaba yo el plan de un nuevo libro en que se expondrían las condiciones del suelo, del clima, de todo el ambiente en que se han cumplido los acontecimientos de la Historia, donde se mostrase la concordancia de los Hombre y la Tierra, donde todas las maneras de obrar de los pueblos se explicasen, de causa a efecto, por su armonía con la evolución del planeta.
Este libro es el que presento actualmente al lector.
Sabía de antemano que ninguna investigación me haría descubrir esa ley de un progreso humano quimérico, cuyo espejismo se agita sin cesar en nuestro horizonte, y que huye de nosotros y se disipa para reaparecer modificada después. Aparecidos como un punto infinito en el espacio, no conociendo nada de nuestros orígenes ni de nuestros destinos, hasta ignoramos si pertenecemos a una especie animal única o si han nacido sucesivamente varias humanidades para extinguirse y resurgir aún, en vano formularíamos reglas de evolución removiendo la niebla incoercible con la esperanza de darle una forma precisa y definitiva.
No; pero en esa avenida de los siglos, que los hallazgos de los arqueólogos prolongan constantemente en lo que fue la noche del pasado, podemos al menos reconocer el lazo íntimo que reúne la sucesión de los hechos humanos y la acción de las fuerzas telúricas, y nos es permitido seguir en el tiempo cada periodo de la vida de los pueblos correspondiente al cambio de los medios, observar la acción combinada de la Naturaleza y del Hombre mismo reaccionando sobre la tierra que le ha formado. La emoción que se siente contemplando todos los paisajes del planeta en su variedad sin fin y en la armonía que les da la acción de las fuerzas étnicas siempre en movimiento, esa misma música de las cosas, se resiente viendo pasar los hombres cubiertos con sus vestidos de fortuna o de infortunio, pero todos en estado igual de vibración armónica con la tierra que les lleva y les nutre, el cielo que les ilumina y les asocia a las energías del cosmos. Y así como la superficie de la tierra nos presenta incesantemente bellos paisajes que admiramos con toda la potencia del ser, del mismo modo el curso de la historia nos muestra en la sucesión de los acontecimientos escenas admirables de grandeza que nos ennoblecemos conociéndolas y estudiándolas. La geografía histórica concentra en dramas incomparables, en realizaciones espléndidas, todo lo que puede evocar la imaginación.
En nuestra época de crisis aguda en que la sociedad se encuentra tan profundamente conmovida, en que el remolino de evolución se vuelve tan rápido que el hombre, poseído de vértigo, busca un nuevo punto de apoyo para la dirección de su vida, el estudio de la historia es de un interés tanto más precioso, cuanto su dominio, incesantemente aumentado, ofrece una serie de ejemplos más ricos y más variados. La sucesión de las edades se convierte para nosotros en una gran escuela cuyas enseñanzas se clasifican ante nuestro espíritu, y hasta acaban por agruparse en leyes fundamentales.
La primera categoría de acontecimientos que observa y comprueba al historiador nos muestra como, por efecto de un desarrollo desigual en los individuos y en las sociedades, todas las colectividades humanas, a excepción de las hordas estancadas en el naturismo primitivo, se desdoblan por decirlo así en clases o en castas, no solamente diferentes, sino opuestas en intereses y en tendencias, hasta francamente enemigas en todos los periodos de crisis. Tal es, bajo mil formas, el conjunto de hechos que se observa en todas las comarcas del universo, con la infinita diversidad que determinan los lugares, los climas y la madeja cada vez más enredada de los acontecimientos.
El segundo hecho colectivo, consecuencia necesaria del desdoble de los cuerpos sociales, es que el equilibrio roto de individuo a individuo, de clase a clase, oscila constantemente sobre su eje de reposo: la violación de la justicia clama siempre venganza. De ahí, incesantes oscilaciones. Los que mandan tratan de permanecer los amos, mientras que los sojuzgados pugnan por reconquistar su libertad; después, arrastrados por la violencia de su impulso, intentan reconstituir el poder en su provecho. De ese modo, guerras civiles, complicadas con guerras extranjeras, con destrucciones y ruinas, se suceden en un enredo continuo con término diferente según el poder respectivo de los elementos en lucha: o bien los oprimidos se someten después de agotar sus fuerzas de resistencia; mueren lentamente y se extinguen; careciendo ya de la iniciativa que constituye la vida; o bien triunfa la reivindicación de los hombres libres, y en el caos de los sucesos pueden discernirse, verdaderas revoluciones, es decir, cambios de régimen político, económico o social, debidos a la comprensión más clara de las condiciones del medio y a la energía de las iniciativas individuales.
Un tercer grupo de hechos, resultado del estudio del hombre en todas las edades y en todos los países, demuestra que toda la evolución en la existencia de los pueblos proviene del esfuerzo individual. En la persona humana, elemento primario de la sociedad, ha de buscarse el choque impulsivo del medio, que se traduce en acciones voluntarias para esparcir las ideas y participar en las obras que modificarán la marcha de las naciones. El equilibrio de las sociedades sólo es instable por la dificultad impuesta a los individuos por su franca expansión. La sociedad libre no puede establecerse sino por la libertad absoluta suministrada en su desarrollo completo a cada hombre, primera célula fundamental, que se agrega enseguida y se asocia como le place a las otras células de la cambiante humanidad. En proporción directa de esa libertad y de ese desarrollo inicial del individuo, las sociedades ganan en valor y nobleza: del hombre nace la voluntad creadora que construye y reconstruye el mundo.
La “lucha de clases”, la busca (sic) del equilibrio y el arbitraje soberano del individuo son los tres órdenes de hechos que nos revela el estudio de la geografía social y que, en el caso de las cosas, se muestran bastante constantes para que pueda dárseles el nombre de “leyes”. Ya es mucho conocerlas y poder dirigir según ellas la propia conducta y la parte de acción en la gerencia común de la sociedad, en armonía con las influencias del medio, de aquí en adelante conocidas y escrutadas. La observación de la Tierra nos explica los acontecimientos de la historia, y ésta nos hace volver a su vez hacia un estudio más profundo del planeta, hacia una solidaridad más consciente de nuestro individuo, tan pequeño y tan grande a la vez, con el inmenso universo.
Elíseo Reclus.