Lecturas por y para el día del trabajador: «La Resistencia al Capitalismo», por Emilio López Arango

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Este Primero de Mayo se conmemora un nuevo aniversario por los Mártires de Chicago. También, nuestro grupo de estudios cumple tres años. Es por esto que desde hoy hasta el primero de mayo estaremos presentando algunos textos relacionados a las y los trabajadores y al anarquismo. Nos enfocaremos en autores que hayan tenido una connotada actividad sindical, para proyectar desde ellos las visiones críticas que surgen desde el pensamiento anarquista hacia conceptos como luchas de clases o clasismo, comprendiendo que detrás de estas críticas hay una visión mucho más amplia acerca de las problemáticas humanas, tanto a nivel de individuo como de sociedad, tanto en lo cotidiano como en el trabajo.

Partiremos con Emilio López Arango  (1894-1929), anarquista español radicado en Argentina, quien realizó un importante papel en el movimiento obrera trasandino, sobre todo en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Cercano a compañeros como Diego Abad de Santillán y Teodoro Antilli, desde 1919 Emilio López Arango trabajó como redactor del periódico ácrata «La Protesta». Falleció, víctima de un confuso atentado, en octubre de 1929.

Emilio López Arango

Emilio López Arango

Escogimos este texto porque ofrece una interesante visión del problema de la lucha de clases dentro del ámbito sindical, deduciendo que, ante todo, es necesario situarse más allá de ésta. Esto no sólo evidencia una crítica al marxismo, sino también nos introduce a una interesante noción de «espíritu», ya presente en autores como Pierre Joseph Proudhon o Gustav Landauer. En efecto, López Arango concluye este escrito de la siguiente forma:

La lucha por el pan no basta. Hay que plasmar en la conciencia del hombre los valores de su perdida individualidad, determinando así una resistencia moral a las monstruosas construcciones del capitalismo y oponiendo a la realidad material una realidad de espíritu.

Se trata de una fructífera visión del anarquismo, dada tanto a la discusión como al florecimiento de ideas, dos nociones importantes a introducir en esta fechas.

«La Resistencia al Capitalismo», por Emilio López Arango*.

EL MOVIMIENTO OBRERO está determinado por el conjunto de factores morales y materiales que forman y dan vida y realidad al sistema social y que encadenan, en el proceso de la civilización capitalista, al hombre al imperio de las necesidades. Pero el proletariado, si se ve impulsado a luchar por el pan, no por eso limita sus aspiraciones a la conquista de un mayor salario; aspira también a romper el yugo de la explotación económica y a libertarse del dominio de las castas privilegiadas en la esfera política: en la lucha contra el Estado.

Si para los anarquistas toda solución inmediata es relativa, porque está limitada por la  ley del equilibrio capitalista, no puede en consecuencia ser el sindicalismo una teoría de futuro. No quiere esto decir que el anarquismo oponga su finalidad revolucionaria, como expresión de lo absoluto, a la realidad contingente. Por el contrario, es sobre los hechos y sobre las experiencias que las teorías libertarias deben crear una base de realizaciones, buscando en las masas obreras los elementos necesarios para impulsar el avance de la historia y determinar el progreso social contra las corrientes reaccionarias.

Los anarquistas debemos, en consecuencia aportar nuestras energías al movimiento obrero. Pero nuestra adhesión plantea de hecho una beligerancia teórica al sindicalismo clásico —al sindicalismo que quiere bastarse a sí mismo— y lleva al terreno de la lucha de clases todas las divergencias teóricas que nos separan de los partidos marxistas. Es sobre la interpretación del papel que representan las organizaciones obreras que surge la inevitable polémica entre reformistas y revolucionarios. Y el desacuerdo debe ser mantenido a toda costa, porque la mentalidad política e ideológica en los sindicatos es tan imposible como exigir a los trabajadores que circunscriban su acción a exigir mejores salarios a la clase patronal.

No podemos los anarquistas olvidar que el movimiento obrero, para que sea verdaderamente revolucionario, debe abarcar el conjunto de los factores sociales que hacen odiosa la vida del asalariado. Desintegrar las ideas socialistas en diferentes particularidades, separando lo político de lo económico —el espíritu de cuerpo— es negar al trabajador la facultad de pensar y de accionar de acuerdo a un ideal de justicia. Por eso queremos definir la trayectoria del anarquismo sobre la realidad inmediata, no como una línea paralela al proceso de la economía capitalista, sino como una potencia espiritual divergente, en constante rechazo de las construcciones sociales sujetas al fatalismo histórico: a las necesidades que determinan, según los teóricos marxistas, la continuidad del régimen capitalista.

Todas las organizaciones proletarias han nacido de la necesidad de oponer una valla a la explotación del trabajo, al monopolio de las riquezas por una casta privilegiada, a las injusticias de los amos. Esa es la primera contingencia que explica la lucha de clases y también el fundamento dinámico del sindicalismo. Bastaría la acción defensiva del proletariado si sólo se tratara de buscar una base de equilibrio al problema de las necesidades. Se solucionaría la cuestión económica colocando frente al capitalismo una fuerte coalición obrera, regulando la economía con órganos apropiados, creando un poder de control que obligara al capital y al trabajo a mantener sus fuerzas en equilibrio y resolver pacíficamente sus diferencias. Más, ¿no se manifiesta fuera del área de influencia de la lucha de clases, al margen de los conflictos gremiales, el espíritu de contienda que hace fracasar todos los planes de reconciliación de los políticos reformistas?

Buscar la solución de los problemas sociales en un acuerdo entre explotadores y explotados —sobre las simples contingencias materiales— es aceptar el fondo de las injusticias históricas. La resistencia al capitalismo no está determinada exclusivamente por la cuestión económica; tienen origen en la desigualdad moral, en todas las causas determinantes del privilegio político, de casta, sobre el que se sostiene el régimen del salariado. ¿Acaso el triunfo de la clase trabajadora, si sólo tiene por objeto modificar la posición de las clases en el concierto social, puede significar otra cosa que una repetición del fenómeno que viene perpetuando la injusticia a través de los siglos y de las civilizaciones?

El sindicalismo reduce la esfera del movimiento revolucionario al imperio de las necesidades. Por eso las corrientes autoritarias que propician la organización de los trabajadores sobre el terreno económico —que se esfuerzan en separar las ideas del sindicato— limitan la acción de la clase trabajadora a la defensa del salario, confiando a los partidos la tarea de ordenar la vida política de los pueblos en el Estado unitario.

De esa conducta se deduce la posición prescindente del sindicalismo en lo que respecta a las ideologías que no se ajustan a la realidad inmediata. El materialismo histórico condena la propaganda revolucionaria que rompe el ritmo de la evolución capitalista.

Niega el esfuerzo del hombre que se revela contra el medio social, que opone a la moral consagrada un nuevo principio ético, que trata de vivir su vida contradiciendo la ley de las conveniencias rutinarias.

He ahí por qué los anarquistas no podemos limitar nuestra intervención en el movimiento obrero a la simple defensa del salario. El capitalismo no es una simple concreción económica: representa un estado de progreso y de civilización y concreta en su fuerza y potencia todas las viejas y nuevas causas del infortunio humano. ¿Cómo puede liberarse el obrero de la esclavitud material si continúa siendo moralmente esclavo? ¿De qué manera pueden los pueblos llegar a realizar sus propios destinos si aceptan como una fatalidad todas las injusticias sociales y sólo combaten algunos de los factores del mal originario?

El capitalismo no será destruido si permanecen inalterables las causas primeras: si el hombre continúa siendo un esclavo de sus necesidades y un enemigo de su libertad.

Todas las reformas económicas tienden en consecuencia, a perpetuar el régimen capitalista y la misma revolución obrera no sería otra cosa que un cambio de clases privilegiadas si se realizara sobre el plano de la economía capitalizada y siguiendo las líneas del proceso industrial, que es una mecanización del individuo que ha perdido sus mejores cualidades espirituales por la atrofia del cerebro y del corazón.

La lucha por el pan no basta. Hay que plasmar en la conciencia del hombre los valores de su perdida individualidad, determinando así una resistencia moral a las monstruosas construcciones del capitalismo y oponiendo a la realidad material una realidad de espíritu.

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(*) El texto que aquí presentamos corresponde al primer capítulo, titulado “Doctrina, tácticas y fines del movimiento obrero”, de su libro “Ideario”, publicado por la ACAT, Buenos Aires, 1942.

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