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Durante el siglo XIX y la mayor parte del XX, ciertos conceptos se transformaron en ideas fuerzas que cobraron páginas y páginas de libros y horas de estudio, discusión y análisis en las sociedades científicas que por entonces crecían y expandían sus horizontes a todo cuanto el pensamiento y acción humanas pudieran colocar su sello. Entre estas ideas, sin contar otras como “Justicia” o “Libertad”, encontramos la de “Progreso”, fundante sobre el cual se erigieron hermosas y valiosas obras que contribuyeron al razonamiento y sensibilidad libertaria por un mundo para un buen-vivir. Piotr Kropotkin, Elisée Reclus y tantas otras personalidades dedicaron gran parte de su obra a escudriñar el significado, a veces tan difuso y amplio del término “Progreso”, ya sea de forma explícita o implícita en sus trabajos… y no es extraño, en tanto cuanto hombres y mujeres del siglo XIX y comienzos del XX europeo se encontraron con la influencia de las ciencias naturales sobre el análisis social, como también de los residuos que había dejado la Revolución de 1789 en Francia: la ilustración, los ‘derechos del hombre’, los movimientos populares, el desarrollo de un espíritu crítico basado en la experimentación, la mecánica, la dinámica, etc.
Junto con ellos, otros intelectuales dedicaron parte de su trabajo al “Progreso”. He allí que nos encontramos con Herbert Spencer y su texto “Creación y Evolución” en la traducción de A. Gómez Pinilla, de la casa editorial F. Sempere y Compañía de Valencia -que mediante la publicación de obras a precio popular y ediciones sencillas, también intentaba colaborar con el progreso, esta vez intelectual, por intermedio de la difusión de textos de gran calidad-. En la serie de capítulos que trabaja Herbet Spencer el concepto de “Progreso”, podemos observar como éste va incrementando los detalles, sus observaciones, para incluir además del análisis natural, el estudio social, abarcando tanto al planeta y los seres vivos en general como también al ser humano y la economía. La idea que sostiene su texto es que la evolución se realiza de lo homogéneo a lo heterogéneo, insertando en esta evolución los descubrimientos geológicos, biológicos y sociales.
Entendiendo la dificultad de clasificación del trabajo de este hombre, que para algunos era anarquista y para otros estaba muy lejos de ello, no debemos por esto cegarnos a debatir ideas en tono argumentativo y, por lo tanto, dedicar un par de minutos a la lectura de Spencer, recomendación dirigida sobre todo a aquellas/os que tienen interés en el desarrollo de la historia filosófica y científica de la humanidad en estos últimos siglos. A continuación presentamos un extracto de su obra Creación y Evolución, en particular el acápite I “En qué consiste el progreso” (pp. 97 – 100) del capítulo El Progreso: su ley y su causa.
El Progreso: La ley y su Causa, por Herbert Spencer
I. En qué consiste el progreso
El concepto que suele formarse del progreso peca de vario e indefinido. Comprende unas veces poco más que el simple crecimiento (como si al tratar de una nación atendemos al número de habitantes y a la extensión del territorio); otras se refiere a la cantidad de productos materiales, y tal ocurre cuando nos fijamos en el adelanto de la agricultura y de las manufacturas. Hay casos en que el criterio es la cualidad superior de estos productos o los nuevos o mejores medios de obtenerlos. Por otra parte, al hablar de progreso intelectual y moral, nos referimos al estado de los individuos o del pueblo en que se manifiesta; pero al aludir al progreso de los conocimientos, de la ciencia, del arte, tenemos presentes ciertos resultados abstractos del pensamiento y de la actividad humana. Esto no obstante, la concepción corriente del progreso es no sólo más o menos vaga, sino errónea en alto grado. Atiende menos a la realidad del progreso que a las circunstancias accesorias que le acompañan: concede menos importancia a la subsistencia que a su sombra. El progreso que se puede observar en la inteligencia del niño al convertirse en hombre, o en la del salvaje al civilizarse, hácese consistir generalmente en el mayor número de hechos conocidos y de leyes comprendidas: sin embargo, en rigor, el progreso consiste en las modificaciones internas experimentadas, de las cuales es mera expresión el desarrollo de la inteligencia. Supónese que el progreso social consiste en la producción mayor y más variada de los objetos necesarios para satisfacción de nuestras necesidades, en la creciente seguridad personal y de la propiedad y en la amplitud concedida a la libertad de acción. Esto no obstante, el progreso social, rectamente entendido, consiste en los cambios de estructura del organismo social, causa de donde dimanan las consecuencias que se observan. La idea común es teleológica. No se consideran los fenómenos más que en relación con la felicidad humana, y se piensa que sólo deben tenerse por progresivos aquellos cambios que directa o indirectamente tienden a aumentar esta felicidad, haciendo depender, por lo tanto, su carácter, en relación a que nos contraemos, de dicha tendencia. No obstante, para comprender bien el progreso, hay que investigar la naturaleza de tales cambios, con absoluta independencia de nuestra individualidad. Acabando, por ejemplo, de mirar las sucesivas revoluciones geológicas que han tenido lugar en la tierra, como cambios que han mejorado gradualmente sus condiciones de habitabilidad para el hombre, y por tanto, como un progreso geológico, debemos procurar discernir el carácter común de cambios tales, la ley a que obedecen. Y así en todos los demás casos. Dejando a un lado las consecuencias concomitantes y beneficiosas, debemos averiguar lo que es el progreso en si mismo.
Relativamente al progreso de los organismos individuales en el curso de su evolución, la cuestión ha sido resuelta por los alemanes.
Las investigaciones de Wolf, Goethe y Von-Baër han comprobado el hecho de que los cambios operados con la transformación de la semilla en árbol y del óvulo en animal, estriban en el tránsito de la estructura homogénea a la estructura heterogénea. En su estado primitivo, el germen es uniformemente homogéneo, así en contextura como en composición química; pero no tarda en aparecer una diferencia entre dos parte de la substancia que lo forma, o como se dice en el lenguaje fisiológico, una diferenciación. Cada una de estas divisiones diferenciadas comienza a presentar algún contraste de partes, y estas diferenciaciones secundarias llegan a ser tan bien definidas como la primera. Este proceso se repite continuamente; se realiza de modo simultáneo en todas las partes del embrión en crecimiento mediante interminables diferenciaciones se origina al fin la completa combinación de tejidos y de órganos que constituyen la planta o el animal adulto. Esa es la historia de todos los organismos. Es punto que está ya fuera de discusión, que el progreso orgánico consiste en el tránsito de lo homogéneo a lo heterogéneo.
Pues bien; nos proponemos demostrar en primer lugar que esta ley del progreso orgánico es la ley de todo progreso; ya se trate de las transformaciones de la tierra; del desarrollo de la vida en la superficie de ésta o del desenvolvimiento de las instituciones políticas, de las manufacturas, del comercio, del lenguaje, de la literatura, de la ciencia, del arte, se realiza siempre la misma evolución de lo simple a lo complejo, mediante diferenciaciones sucesivas. Desde los cambios cósmicos más remotos de que quedan señales, hasta los más recientes resultados de la civilización, se comprueba que el progreso consiste esencialmente en el paso de lo homogéneo a lo heterogéneo.