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Este trabajo fue expuesto el 2 de septiembre de 2011 en el coloquio “Perspectivas de transformación de la educación chilena: Filosofía, Política y Educación”, realizado en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. La idea fundamental es desarrollar los principios e ideales que inspiraron al movimiento de la Reforma Universitaria de 1918, del cual ya nos habla Angel Cappelletti al comienzo de «Universidad y Autogestión» y, de este modo, aportar a la reflexión de los problemas que aquejan hoy en día la educación chilena. El texto está en formato PDF en la sección de Educación.
Partida: Los estudiantes de los años veinte
Para comenzar, la anécdota de un estudiante que participó de los movimientos estudiantiles de los años veinte puede resultar esclarecedora. Laín Díez[1], en un artículo publicado en la revista Babel número cuarenta, titulado “La generación del año veinte”, cuenta lo siguiente:
“En la histórica Santa Rosa de los Andes cometí el primer sacrilegio de mi vida. De pie sobre la reja que guarda la estatua de la virgen en el cerro del mismo nombre, y estimulado por las muestras de aprobación de mis compañeros de viaje, dejé estampado en grandes letras a media altura del zócalo: « ¡Viva la Federación de Estudiantes! » Aún no me tortura el arrepentimiento precursor de ese cielo que me tienen prometido.”[2]
Lo interesante de esta anécdota, situada en el Chile de 1920, es todo lo que convive detrás de ella, ya que no sólo es un rayado en una imagen religiosa, sino también el reflejo de un movimiento estudiantil que criticó al sistema educativo de su época desde un pensamiento radical que se extendió en gran parte de América Latina y que, si lo analizamos aunque sea someramente, aún sigue haciendo eco hoy en día. Las preguntas, entonces, quedan hechas: ¿Cómo se articuló este movimiento particularmente americanista? ¿Qué rol social cumplían los estudiantes en aquel entonces? ¿Qué entendían por Universidad? ¿Quiénes alentaron o fundamentaron estas críticas a la vieja estructura educativa? Y, por último ¿Qué enseñanzas podemos recoger hoy en día de uno de los movimientos estudiantiles más importantes de la historia? Para responder estas interrogantes, será necesario comenzar, por lo menos, desde 1918, año en que se desencadena, en Córdoba primero y luego en otros países de Latinoamérica, el movimiento de la Reforma Universitaria.
1918: Córdoba, Santiago y el Movimiento de la Reforma Universitaria
En 1918, los estudiantes de Córdoba publican un “Manifiesto”, redactado por Deodoro Roca, dirigido a los hombres libres de Sudamérica. Dicho manifiesto declaraba, entre otros asuntos, lo siguiente:
“Las Universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y –lo que es peor aún– el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. (…) Nuestro régimen universitario –aún el más reciente– es anacrónico”[3].
La crisis que dicho manifiesto develaba incumbía a toda América Latina, motivo por el cual se extiende rápidamente por todas las universidades de Argentina y gran parte de Latinoamérica. Su carácter reformista consistía en la urgencia de renovar la ideología universitaria, desligándola de su antigua estructura “monástica y monárquica” y transformando la Universidad en un espacio abierto, organizado por todos los integrantes de la comunidad universitaria, que estuviese relacionado directamente con la realidad de cada región.
La Universidad, en este sentido, debía cumplir un rol interno y uno social, motivo por el cual las demandas estudiantiles prontamente salieron de su primer escenario –que era la institución misma-, para acercarse al pueblo. Este acontecimiento revelaría, según Pablo Lejarraga, que la Reforma Universitaria se basaba en principios profundamente democráticos, laica, anticapitalista, solidaria con la lucha de los trabajadores, americanista y antiimperialista[4].
Sin embargo, esta amplitud se constituía desde el problema de la educación, aspirando, justamente, a que la Universidad y sus integrantes fueran protagonistas en la transformación de la sociedad. Sin ir más lejos, el caso chileno es ilustrativo de esto. Laín Díez cuenta, por ejemplo, dos antecedente muy interesantes: el surgimiento de la denominada “Institución Libre de Estudiantes”, fundada por su hermano Rodrigo y Gustavo González en 1909, y de las escuelas nocturnas para obreros de la Federación de Estudiantes de Chile que comenzaron a surgir en 1910, gracias a la iniciativa de Pedro León Loyola, vicepresidente en aquel entonces[5].
Otros datos los encontramos en Jose Santos González Vera, escritor y premio nacional de literatura en 1950, quien narra en un especial de la Revista Babel que “en Santiago hubo una Universidad Popular cuyo lema era «educación mutua y libre»”, siendo éste el primer contacto entre obreros y estudiantes. No obstante, existía también una inquietud que iba más allá de lo educativo. González Vera cuenta que “en la presidencia de Santiago Labarca [de tendencia radical], funcionó en la Federación la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional”[6]. Dicha asamblea tenía como propósito solucionar el problema de la alimentación entre las clases más desposeídas, no en un sentido caritativo, sino porque constituía un real problema en aquel entonces. Esto explicaría, por ejemplo, la participación del médico anarquista Juan Gandulfo en dicha asamblea.
Los estudiantes veían, entonces, en la Universidad un lugar que debía estar en constante tensión con el Estado. Esto provocó, en los años veinte, que el gobierno reprimiera sistemáticamente a los estudiantes, siendo la mayor expresión de esto los asaltos al local de la FECh, quemando libros, destruyendo el local y golpeando a quienes se encontraban en su interior. Estos procesos cobraron, incluso, una víctima: el poeta anarquista, profesor de escuela nocturna y estudiante de la Universidad de Chile, José Domingo Gómez Rojas.
Como podemos ver, la actividad estudiantil era agitada. Esto, a diferencia de lo que observamos hoy en día, se mantuvo durante años. Sin embargo, como dijimos, había un gran interés respecto a la “revolución interna” de la Universidad misma. Sin duda, una reforma importante, que atacaba directamente a la universidad “monástica y monárquica”, era la participación estudiantil – comienzan a consolidarse las Federaciones de Estudiantes en toda América Latina – y la autonomía universitaria, exigencia fundamental que consistía en que la Universidad debía darse su propio gobierno y regular su funcionamiento. El propósito de esto era proporcionar plena libertad a la obra creadora de la universidad, sin imposiciones ni limitaciones. Como bien señala Lejarraga, de estos dos principios se infiere, por ejemplo, “la libertad de cátedra, la asistencia libre, la docencia libre, la periodicidad de la cátedra, los concursos para la provisión de cargos, la publicidad de los actos universitarios, la gratuidad de la enseñanza, los seminarios”. Todo esto implicaba un rol más activo del estudiante, dejando de ser un espectador dentro de la Universidad (o cliente, diríamos hoy en día).
La particularidad de este momento histórico (cincuenta años antes del Mayo Francés) es inquietante. Por un lado, hay un espíritu o una idea que moviliza a los estudiantes y que, sin duda, se venía gestando desde mucho antes de 1918, y, por otro lado, ideas relacionadas a la Universidad misma. Una influencia teórica y otra práctica, quizás, o, como lo señalamos en nuestras preguntas iniciales, entre alentar y fundamentar. Estas ideas son las de José Enrique Rodó con su libro “Ariel”, por un lado, y José Ingenieros con su “Universidad del Porvenir”, de 1914, por otro.
El “Ariel” de José Enrique Rodó
José Enrique Rodó, escritor y político uruguayo, se caracterizó por su carácter americanista. Sus escritos, influenciados por el modernismo de Ruben Darío, influyeron profundamente las corrientes intelectuales de finales del siglo XIX y comienzo del XX: “Al lado de Sarmiento, dice Emilio Oribe, de Montalvo y de Martí forma el más hermoso conjunto de la magnificencia de la prosa y del pensamiento de estas tierras”[7]. Si bien, Rodó falleció en 1917, un año antes de la Reforma Universitaria, su libro “Ariel”, dedicado “a las juventudes de América”, fue publicado en el año 1900. Rafael Altamira considera este libro como “un discurso de pedagogía (…) en que hace vivo llamamiento a las generaciones nuevas de su patria”[8], por lo que, cabría preguntarse, si dicha intención logró o no su propósito. En una carta que Rodó escribe a Rafael Altamira el 29 de enero de 1908, comenta que “con una buena fortuna” se ha asombrado cómo es que aún su libro “Ariel” “provoca animados comentarios y levanta ecos de simpatía en toda América”[9]. Sin embargo, lo que llama más gratamente la atención de Rodó es que, en ese mismo instante, se celebraba en Montevideo el primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos, donde pudo comprobar que su libro “Ariel” había calado profundo en el espíritu de los jóvenes.
Se trataba, por lo tanto, de una renovada conciencia que buscaba la emancipación, en todos los aspectos, de América Latina. La particularidad de Rodó es que piensa en los jóvenes, seguramente por las lecturas que realizó de pensadores franceses como Jean-Marie Guyau, Alfred Foiullée o Ernesto Renán. De este modo, podríamos comprender la influencia espiritual que ejerció en el ánimo de las juventudes latinoamericanas y resumir su libro “Ariel” como un llamamiento a hacerse responsable de las energías que brinda la juventud. “Ariel, dice Rodó, es la parte noble y alada del espíritu” y señala más adelante:
“Animados por ese sentimiento, entrad, pues, a la vida, que os abre sus hondos horizontes, con la noble ambición, de hacer sentir vuestra presencia en ella desde el momento en que la afrontéis con la altiva mirada del conquistador. –Toca al espíritu juvenil la iniciativa audaz, la genialidad innovadora.”[10]
Esta vitalidad, propia de la juventud, debía canalizarse, según Rodó, en preocupaciones sociales y morales, en la Solidaridad que, por ejemplo, Jean-Marie Guyau hablaba. De esta forma, dos décadas de “Ariel” dando vueltas, en ediciones económicas, por toda América Latina fue suficiente para que los jóvenes estudiantes elaboraran un juicio y una práctica social.
Ahora bien, como señalamos, Rodó es quien “alienta”. El caso de José Ingenieros es distinto, pues el médico argentino, además de profesor, expuso, años antes de la reforma, una dura crítica al sistema conservador de la educación.
José Ingenieros y la Universidad del Porvenir
José Ingenieros fue más que un médico: fue un pensador y fundó el Partido Socialista argentino. Su influencia en las corrientes políticas más radicales de Argentina es indudable ¿Podríamos decir lo mismo de Chile? Veamos otra anécdota, esta vez de Enrique Espinoza, escritor y director de la revista Babel. En el especial de la generación del veinte, Espinoza se excusa diciendo que él no estaba en Chile en aquel entonces. Sin embargo, editaba libros de autores latinoamericanos en Argentina. Cada vez que le pedían libros, le llamaba la atención de que en Bolivia o en Perú pedían de a diez libros, mientras que desde la Federación de Estudiantes de Chile exigían cincuenta o cien. “Y recuerdo que, dice Enrique Espinoza, hasta por telégrafo Roberto Meza llegó a urgirme que apresurara el envío de los Lugones, Ingenieros y Palacios (Almafuerte)”[11].
No podemos omitir, antes que todo, el carácter positivista y naturalista de las ideas de Ingenieros. Sin ir más lejos, la idea “Porvenir” está muy ligada a una noción evolucionista, sentido que en el caso de la Universidad se ve expresado en el rol que cumpliría la Ciencia en el progreso de la sociedad. Para no detenernos demasiado en este punto, señalaremos la conclusión que, respecto a este mismo tema, Susana Villavicencio y Patrice Vermeren sostienen:
“Una de las formas posibles de interrogar la obra de Ingenieros podría ser a partir de revertir esa hipótesis considerando su monismo naturalista y positivista como una filosofía para cuestionar el paradigma político”[12].
En este sentido, la reforma universitaria sería concebida como una transformación cultural radical[13], donde las universidades, que “tendrán un libre empeño en la investigación de la Verdad”[14], “de cada continente y cada región deben adaptarse a las funciones culturales más necesarias en sus respectivas áreas”[15]. Esto significa que las Universidades de América Latina deben elaborar un punto de vista americano, pues de este modo, al ser su principal función el progreso de los pueblos, aporta en proceso de emancipación. Por este motivo, la Universidad debe ser un espacio abierto, donde ningún campo excluye a otro –es un lugar donde realmente se “universalizan” los conocimientos–, pero sí mantienen sus particularidades. En este punto, que está más allá de las reformas específicas que José Ingenieros propone y que efectivamente están muy relacionadas a las ciencias, encontramos un eje fundamental en la discusión que se ha mantenido a lo largo de las décadas: la apertura o el libre acceso a los estudios superiores. En este sentido, José Ingenieros recalca:
“La educación superior no debe mirarse como un privilegio para crear diferencias a favor de pocos elegidos, sino como el instrumento colectivo más apropiado para aumentar la capacidad humana frente a la naturaleza, contribuyendo al bienestar de todos los hombres”[16].
La Universidad, de esta forma, se convierte en un factor primordial, que no le es ajeno a nadie en la medida en que articula la sociedad. Se convierte en espacio reunión donde se discute y se estudia en torno al medio, sin olvidar ninguna disciplina del pensamiento humano (todos deberían estudiar filosofía, dice Ingenieros).
¿Qué enseñanzas podemos recoger?
El movimiento de la Reforma Universitaria fue un acontecimiento complejo, pues pensó en la Universidad más allá de las universidades. Fue una ruptura de un régimen y de una jerarquía que parecían inamovibles, pero que su anacronismo no tenía sustento alguno. Nosotros nos preguntamos: ¿Quiénes serán los representantes hoy en día de la Universidad “monárquica y monástica” contra la que lucharon los estudiantes hace casi un siglo atrás? O, más claro aún ¿Quiénes se preocupan porque las Universidades no sean abiertas, inventando métodos de acceso y haciendo de ella un mercado? Lo sabemos bien. Pero mirémonos a nosotros también, estudiantes que a veces parecemos espectadores de cátedras y seminarios ¿Hemos sabido situar nuestros estudios en un contexto social? ¿De sacar nuestras ideas del aula? ¿De pensar más allá de la Universidad? Los estudiantes de los años veinte estuvieron durante décadas en proyectos de educación y trabajando en reformas. Su mentalidad era distinta, seguramente no hubiesen entendido nuestras actuales inquietudes y efímeros estallidos sociales. Rodó, Ingenieros y cuántos anónimos estudiantes sabían que los cambios demoran tiempo y ocupan trabajo, que las posturas deben ser radicales y constantes. Por eso nos hace sentido la anécdota que cuenta Enrique Espinoza respecto a Leopoldo Lugones:
“Nadie ha recogido que yo sepa la respuesta un poco ácrata pero efectiva de Lugones a sus jóvenes comprovincianos cuando quisieron llevárselo a Córdoba como vocero de sus justas reivindicaciones:
– « Una revolución, mis queridos amigos, se hace contra el gobierno y no a su favor».”
[1] Laín Díez fue parte del comité asesor de la Revista de Arte y Crítica Babel.
[2] Laín Díez, «La generación del veinte», Babel [n°40, Vol. X, Julio-agosto, 1947]. Santiago de Chile. 180-181.
[3] Citado en: Pablo Lejarraga, “La Reforma Universitaria”, Revista Polémica. Buenos Aires, 1977. Pág. 198.
[4] Ibid.
[5] Laín Díez, «La generación del veinte», Babel [n°40, Vol. X, Julio-agosto, 1947]. Santiago de Chile. 175 y 178.
[6] González Vera, «Estudiantes del año veinte», Babel [n°28, Vol. VII, Julio-agosto, 1945]. Santiago de Chile. Pág. 36.
[7] Emilio Oribe, El pensamiento vivo de Rodó. Buenos Aires : Losada, 1944.
[8] Prólogo de Rafael Altamira en José Enrique Rodó, Ariel. Santiago de Chile : Ercilla, 19–. Pág. 6.
[9] Op. cit. pág. 82.
[10] Op. Cit. p. 20.
[11] Enrique Espinoza, “Colofón”, Babel [n°28, Vol. VII, Julio-agosto, 1945]. Santiago de Chile. Pág. 36.
[12] Patrice Vermeren y Susana Villavicencio, “Positivismo y ciudadanía: José Ingenieros y la constitución de la ciudadanía por la ciencia y la educación en la Argentina”. Pág. 75.
[13] Op. Cit. Pág. 74.
[14] José Ingenieros, Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía. Buenos Aires : Losada, 1953. Pág. 108.
[15] José Ingenieros, La Unaiversidad del Porvenir. América Latina y el Imperialismo. Buenos Aires : Inquietud, 1956. Pág. 18.
[16] Op. Cit. pág. 30.