Hace varios meses tipeamos este artículo de Elíseo Reclus, aparecido originalmente en el periódico anarquista «El Sembrador, semanario de sociología y crítica» (N° 24, Sábado 20 de Febrero de 1923, Iquique, Chile). No sabemos si «Flores Escogidas» es o no su título. Los redactores de El Sembrador solían colocar fragmentos de libros con encabezados (a veces sin nada) que referían al texto, sin ninguna otra referencia bibliográfica. Además, hay otros números donde aparecen textos que llevan por título «Flores Escogidas», lo que nos hace pensar que, simplemente, querían decir «Antología», o sea, selecciones de bellos párrafos de los autores libertarios.
Es el caso, justamente, de este texto. Tipeado por su claridad e importante contenido, es una referencia a las características primordiales de la moral anarquista, de la forma en que un hombre libre se enfrenta a su propia vida y al medio. Recomendamos, sin duda alguna, la lectura de estos cuatro párrafos:
Por su misma definición, el anarquista es el hombre libre, el que no admite amo. Las ideas que él profesa son hijas de su razonamiento; su voluntad, nacida de la comprensión de las cosas, se concentra hacia un fin claramente definido; sus actos son la realización directa de su pensamiento personal. Al lado de aquellos que repiten devotamente las palabras de otros o los chismes y tradiciones que abaten el ser al capricho de un individuo poderoso, o lo que es más grave aún, a las oscilaciones de la multitud, él solo es un hombre; él solo tiene conciencia de su valer en frente de todas las cosas débiles y sin consistencia que no osan vivir de su propia vida.
Pero este anarquista que se ha desembarazado moralmente de la dominación ajena, y que no se acostumbra jamás a ninguna de las opresiones materiales que los usurpadores hacen pesar sobre él, no será dueño de sí hasta que esté emancipado de sus pasiones irracionales. Necesita conocerse, desprenderse de su propio capricho, de sus impulsos violentos, de todos sus defectos de animal prehistórico, no para matar sus instintos, sino para conciliarlos armoniosamente con sus aspiraciones de hombre.
Libres de los otros hombres, debe estarlos igualmente de sí mismo, para ver con claridad dónde se encuentra la verdad buscada, para dirigirse a ella sin hacer un movimiento que a la verdad no la aproxime, sin decir una palabra que la verdad no proclame.
Si el anarquista llega a conocerse, con esto mismo conocerá su medio, hombres y cosas. La observación y la experiencia le habrán demostrado que su firme comprensión de la vida, toda su fiera voluntad permanecerán impotentes si nos las asocia a otras voluntades. Solo, será fácilmente aplastado, pero su aplastamiento será más difícil si se agrupa con otras fuerzas constituyendo una sociedad de perfecta unión, en la que todos los miembros estén ligados por la comunión de ideas, la simpatía y el buen acuerdo. En este nuevo cuerpo social, todos los camaradas serán iguales, dándose mutuamente las mismas pruebas de respeto y los mismos testimonios de solidaridad. Serán hermanos en adelante, y las miles de rebeldías aisladas se trasformarán en una reivindicación colectiva que nos dará la sociedad nueva, la de la armonía.