«En Chile no hay anarquistas», artículo de «El Sembrador» (Iquique, 1922)

Se señala, a grandes rasgos y desde cualquier perspectiva, que es necesario volver a leer a los clásicos, sobre todo grecolatinos. Nosotros, sin duda, lo creemos y lo aplicamos, también, en el pensamiento anarquista.

Por algo será que Ángel Cappelletti señaló al comienzo de su libro «Introducción a Séneca» que ya no existen aquellas viejas lecturas morosas. No se trata de quedarnos en lecturas todo el tiempo o en cultivar una gran teoría inaplicable a la realidad actual, sino simplemente de leer un poco y reflexionar, estudiar, elaborar argumentos, propuestas y, sobre todo, cuestionar. Cuestionar, incluso, las ideas y acciones que están dentro del mismo anarquismo. Sólo basta recordar, de nuevo, a la Federación Obrera de Magallanes y su Escuela Nocturna, a la cual los trabajadores asistían después de sus largas jornadas para formarse teóricamente.

En este sentido, la excusa recurrente de » no tener tiempo para leer» o, como prefieren otros, «no podemos perder tiempo leyendo, es necesario actuar», parecen infundadas dentro del anarquismo, que en su núcleo siempre ha llevado la teoría y la práctica, el pensamiento y la acción, mimetizados como principio moral.

Es por esta razón que sentimos la necesidad de leer a los viejos ácratas, quienes tenían un ritmo muy distinto (muy admirable por lo demás) al nuestro. El ejemplo de «El Sembrador», semanario anarquista editado en Iquique y, luego, en Valparaíso durante los años ’20, es uno de los mejores. La extensión de sus ejemplares y la elaboración de sus textos, de carácter variado, crítico y muy bien fundamentados, son algunos de sus rasgos.

El texto que presentamos hoy lleva por título «En Chile no hay anarquistas», firmado por un tal «Souveraine» y publicado en el octavo número, en septiembre de 1922. Reflexiona acerca de la ridícula tautología «anarquismo / atentados» y, más aún, del carácter de éstos en relación a la filosofía anarquista. Por esto, trata de señalar, frente a los prejuicios del «vulgo» y la prensa, el sentido humano del anarquismo, sus inquietudes («Que el gobierno del hombre por el hombre es atentatorio a la salud, vida y desenvolvimiento del individuo y, por ende, de la humanidad») y la forma mediante la cual ha llegado a estas conclusiones.

A pesar de los casi 90 años que nos separan de este artículo, sus reflexiones son, sin duda, actuales y no estaría demás tenerlas en cuenta (este texto será archivado en «Filosofía»):

«En Chile no hay anarquistas», por Souveraine

Frecuentemente oímos decir, en Chile no hay anarquistas, porque si hubieran arrojarían bombas o matarían a las autoridades perversas; o bien, los anarquistas existen en los países monárquicos porque la tiranía que se ejerce en ellos es terrible y no en los países republicanos donde gozamos de libertad.

Algunos llegan a suponer que los anarquistas llevan siempre luenga barba, ojos exaltados y el rostro ceñudo.

Así razona la mayor parte del vulgo. Ese es el concepto que del anarquista se ha formado, porque esa ha sido también la eterna cantilena de la prensa mercantil.

La prensa ha presentado siempre, a los anarquistas, como seres anormales, criminales y regicidas, para ensombrecer los ideales y llevar el horror al pueblo por tales ideales. Y casi, casi, lo ha conseguido. No son pocos los ignorantes que quedan, que creen aún en la perversidad de los anarquistas.

Esa buena gente que así nos juzga debe saber que los anarquistas no somos locos ni criminales, ni el físico ni la contextura nuestra tienen nada de extraordinario ni distinto de los otros seres.

Por el estudio, el análisis, las inducciones y deducciones hemos llegado a comprender que la constitución de la sociedad actual está edificada sobre bases inhumanas, bárbaras y criminales.

Que la propiedad privada es el fruto del robo, del pillaje, del despojo realizado a las generaciones pasadas y presentes.

Que la explotación de una clases sobre otra es la causa de la miseria de la mayoría y el exorbitante lujo de la minoría.

Que el gobierno del hombre por el hombre es atentatorio a la salud, vida y desenvolvimiento del individuo y, por ende, de la humanidad.

Hemos comprendido todo esto y hemos concebido que el hombre puede vivir libremente, sin gobernantes, sin jueces, sin verdugos, sin policías, sin cárceles, sin militares, sin códigos, sin dioses, sin capitalistas y sin capataces.

El hombre necesita vivir libremente, sin coacciones de ninguna especie, para el desarrollo de individualidad, de esa individualidad que asegura a cada uno el pleno desarrollo de todas las facultades, el “desenvolvimiento superior de lo que cada individuo tiene de original y la más grande fecundidad de la inteligencia, del sentimiento y de la voluntad”, sin más relaciones que la que resultan del apoyo mutuo, de la libre asociación y del convenio libre.

Estas ideas de reconstrucción social, eminentemente humanas, que tienden a hacer efectiva la libertad y felicidad colectiva haciendo a cada individuo libre y feliz, no han sido elaboradas por un hombre o por un grupo, son –como dice Kropotkine– “un fruto espontáneo de la época”; esas ideas son las que se han prendido en el cerebro de los anarquistas, por las cuales trabajamos y a las cuales ajustamos nuestros actos y nuestras prédicas escritas y habladas.

¿Y los atentados?, dirán muchos. Ciertamente, ha habido algunos atentados cometidos por anarquistas, pero estos nada tienen que ver con la filosofía y finalidad del anarquismo. Sus actos han sido determinados por factores ajenos a la idea y, por tanto, no puede decirse, hacen mal en decir, que los anarquistas son criminales y forman una asociación de malhechores, como no puede decirse los frailes son estupradores de niños, porque aquí, allá y acullá de algunos de ellos han atentado en esa forma; como no puede decirse que los radicales son ladrones, porque algunos de ellos han robado; como no puede decirse  que conservadores son asesinos, porque algunos de ellos han dado muerte a otros.

Los actos de un individuo no hay porqué cargarlos a la colectividad, ni es razonable juzgar a todos por los actos de un individuo. La prensa ha usado ese procedimiento por el prurito de desprestigiar a los anarquistas, olvidándose del aforismo, que dice: “con las varas que mides serás medido”.

Esa podre gente que tan mal nos juzga puede darse cuenta que nuestras ideas no son siniestras ni nada tienen de terroríficas y sí muy humanas, y podrán darse cuenta que en Chile hay anarquistas aun cuando no se tiren bombas, aun cuando vivimos en un país republicano, porque aquí, como en los países monárquicos o autocráticos, hay injusticias que denunciar, explotación que combatir, tiranía que exterminar y privilegios que anular; hay, en suma, hambre y miserias que es necesario extirpar, y, por encima de todo, está la libertad que se nos priva y que es menester conquistarla, porque los detentadores de ella no la cederán.

SOUVERAINE.

[Semanario El Sembrador, n° 8, Año I, Iquique (Chile) Sábado 23 de Setiembre de 1922.]

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