Dossier «Viajes y encuentros de Rudolf Rocker»: «Mi encuentro con Max Nettlau»

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Continuamos con nuestro dossier de Rudolf Rocker. El tercer artículo que presentamos lleva por título “Mi encuentro con Max Nettlau”, aparecido originalmente en el libro“En la borrasca (Años de exilio)” (Buenos Aires : Editorial Tupac, 1949), de Rudolf Rocker.

El escritor francés Marcel Schwob, en su libro “Vidas imaginarias”, nos dice que  las ideas de los grandes hombres son patrimonio común de la humanidad, pero que lo único que cada uno de ellos poseyó realmente fueron sus rarezas. Cuando Rudolf Rocker realiza la tarea de describir, lo hace mirando la labor, las ideas y al individuo mismo, dándonos aquella imagen que Schwob reclama, evitando también que la ciencia de la historia nos sume en la incertidumbre acerca de los individuos, como comenta el mismo escritor francés. Sin embargo, Rocker, en su labor como historiador, de cierta manera nos entrega muchas de estas extrañezas particulares y desconocidas, entremezclada con esa vida más notoria, sus ideas, sus pensamientos. Este rasgo, sin duda, lo adquirió gracias a Max Nettlau, tal como podemos leer en este escrito.

No hay duda que Max Nettlau fue un gran hombre, y también un gran difusor de la cultura anarquista. Siendo muy joven, a los 23 años, realiza su doctorado en filología con una tesis sobre la gramática de los idiomas celtas,  y en sus trabajos posteriores terminó estudiando al anarquismo y, sobre todo, la vida y la militancia de Bakunin, llegando a formar una obra monumental. Algo que para él mismo resultaba totalmente irónico, debido a su tendencia de preocuparle las cosas “impopulares”. Pese a eso, su labor fue magistral, su seriedad, rigurosidad y constancia es ejemplo a seguir. No por nada, Rocker lo llamará el Heródoto de la anarquía, recordando al padre de la historia, y reconozca que él mismo lo haya incitado a su actividad literaria.

Max Nettlau, última fotografía.

Pero pocos se imaginan a Nettlau como un hombre tímido y algo retraído. A lo más, deben verlo como un orador poderoso e imponente, como podría proyectar su gran envergadura. Resulta bastante  grafico cuando, en el marco del congreso de la C.N.T, al cual había asistido de oyente, sin que él supiera, es llamado a decir algunas palabras al público presente, pero que luego de articular, literalmente, tres palabras, abandona velozmente para desaparecer entre el publico.

Fue, como nos comenta Rocker, un enemigo de todos los dogmas y de todas las trabas que obstaculizan el pensamiento independiente. Reacio a aceptar las interpretaciones históricas forzosas y convenientes. El mismo Nettlau afirma que una iniciativa nueva vale mucho más que un sinfín de teorías que ya no sirven de nada, y que recurrir a estas ideas viejas, sólo son síntoma de la pereza de pensamiento. Es más, se declaraba anarquista, pero de ninguna escuela, y era bastante lucido al comprender que los sistemas económicos debían ser probados, necesariamente, en la realidad, ya que las ideas preconcebidas suelen chocar con resistencias insospechadas.

Nettlau, por un lado, sin duda alguna, fue un propagador del anarquismo que no llegó a militar en grandes organizaciones ni participar en muchas. Era un hombre que aborrecía los dogmas, los absolutismos, la estrechez de pensamiento y para quien la libertad no era una abstracción, sino algo posible en el diario vivir. Creador de una obra monumental y de importancia infinita para estudiar y comprender al anarquismo, y sobre todo para practicarlo. Y por otro lado, un hombre tímido, que no poseía vanidad alguna, que llegó a vivir en condiciones muy precarias y miserables, y que aborrecía los minutos de fama o “publicidad de su persona”. Que fue reconocido y aplaudido por las y los compañeros anarquistas, no porque haya pedido tribuna, homenaje, ni  crédito alguno, sino por el sólo hecho de crear un trabajo constante, riguroso y serio, que incluso al mismo Eliseo Reclus le sorprendió, reconociendo que antes de él no había sabido “cuan ricos eran” como movimiento anarquista, le valió el merito que merecía.

Un texto de mucho valor para conocer los espíritus inquietos que la anarquía ha ido configurando en su derrotero. Una enseñanza, también, para aquellos que quieran comprender el modo en que se comprende la historia desde la óptica libertaria:

«Mi encuentro con Max Nettlau», por Rudolf Rocker. [1]

Fué en la época del congreso de Londres cuando me encontré por pri­mera vez personalmente con Max Nettlau, el gran historiador del socialismo libertario. Era entonces conocido por muy pocos, aunque se había ocupado desde hacía años de vastos estudios preparatorios para sus futuros trabajos históricos. Sólo un pequeño número de viejos compañeros como James Guillaume, Víctor Dave, Eliseo Reclus, Errico Malatesta, Pedro Kropotkin y otros más tenían conocimiento de sus estudios. Incluso para los compañeros ale­manes era casi enteramente desconocido en aquella época. Sus primeros tra­bajos históricos valiosos, que habían aparecido a comienzos del decenio en la Freiheit de Most, fueron impresos sin mención del autor. También los pocos artículos que había escrito para el Sozialist de Landauer en Berlín, habían sido firmados con las iniciales de su nombre; igualmente la mayor parte de sus contribuciones de entonces a Freedom, La Révolte y otros perió­dicos. Como Nettlau no era orador y no participaba tampoco públicamente en el movimiento, la mayor parte de los compañeros apenas tenían noticia de su existencia.

Nettlau solía ir todos los años por unos meses a Londres y se dedicaba a sus estudios en la rica biblioteca del Museo Británico. Con los compañeros alemanes de Londres mantenía muy poco trato. La causa de ese retraimiento eran las continuas luchas en el viejo movimiento, que había vivido en parte personalmente. Era un amigo íntimo de Víctor Dave, con el que estuvo ligado toda la vida, y como los partidarios de Peukert combatían del modo más furioso a Dave entonces, no podía menos de ocurrir que también Nettlau les fuese poco grato, aunque él nunca tuvo participación personal en aquellas disidencias internas. El recuerdo de aquellos tiempos había dejado en él notoriamente impresiones que no le incitaron tampoco ulteriormente a reanu­dar las relaciones interrumpidas con los camaradas alemanes de Londres. Sólo con Bernhard Kampffmeyer y Wilhelm Werner estaba en estrechas relaciones y por ambos le conocí también más de cerca luego. En cambio eran tanto más vivas sus relaciones entonces con Malatesta y su círculo y con los compañeros del Freedom Gruppe, el único círculo que 1e contó como miembro. Con una cierta restricción: a incitación de Víctor Dave se había adherido a fines de la década 1880-90 por un tiempo a la Socialist League fundada por William Morris y otros, pero luego entró en el pequeño círculo del Freedom Gruppe, al que se sintió ligado hasta la muerte de Tom Keell.

La primera vez vi a Nettlau en aquél club italiano de Dean Street, que sirvió de punto de cita de los compañeros en la época del congreso de Londres. Tenía entonces unos treinta años. Ese hombre alto, vigoroso, de cabello rubio y rostro inteligente, encuadrado en una rubia barba, cuyos ojos azules miraban tranquilamente al mundo a través de unos quevedos, habría podido llenar de envidia incluso a los futuros representantes del llamado tercer reich, pues un tipo más puro de la maravillosa raza nórdica apenas se podría imaginar.

Max Nettlau nació el 30 de abril de 1865 en Neuwaldegg, cerca de Viena. Su padre procedía de una vieja familia prusiana de Postdam, que emigró después con su mujer a Austria, pero no perdió nunca su ciudadanía ale­mana, por lo cual su hijo siguió siendo también alemán. El joven Nettlau disfrutó de una educación excelente e hizo el doctorado en filología a los veintitrés años con una tesis sobre la gramática de los idiomas celtas. En una de sus visitas posteriores a Berlín me mostró aquel escrito tanto tiempo ol­vidado con la observación irónica de que se había ocupado toda la vida del estudio de cosas impopulares; primeramente de los idiomas celtas, de los que entonces se ocupaban muy pocos, y luego de Bakunin, cuya poderosa acti­vidad había palidecido ya en la mayor parte de los países de Europa o había sido desfigurada a la condición de una verdadera caricatura por los historió­grafos marxistas cuando Nettlau se dispuso a reunir con laboriosidad de abeja el material inmenso para su biografía.

Max Nettlau fué impresionado ya siendo joven estudiante por el movi­miento radical de Austria. El primer impulso lo recibió del famoso proceso Merstallinger en Viena (1885), mediante el cual el gobierno creyó poder des­hacerse de un golpe del movimiento radical, pero tuvo en cambio una gran derrota moral. Josef Peukert, el redactor de entonces de Zukunft, defendió las aspiraciones de los radicales con gran habilidad ante el tribunal y su actitud valerosa supo poner de manifiesto tan bien las torpezas que había cometido el gobierno que el proceso procuró al joven movimiento numerosos adeptos nuevos, y no solo de las filas del proletariado, sino también de los círculos de la juventud estudiantil, que en aquel tiempo era muy receptiva para las ideas políticas y sociales radicales. Fué entonces cuando Nettlau fué ganado para la causa del socialismo libertario, al que debía prestar después inapreciables servicios.

Johann Most encontró en él un colaborador magnífico para su periódico, que sólo podía ser difundido clandestinamente en Alemania y en Austria. En realidad el joven Nettlau entregó a la Freiheit ya a comienzos del decenio 1890-900 toda una serie de trabajos históricos valiosos que testimoniaban el celo y la capacidad de su desconocido autor. También el primer ensayo de su biografía de Bakunin apareció primeramente como una larga serie de artículos en la Freiheit (1891); lo mismo el interesante estudio Zur Geschichte des Anarchismus, que Most editó después como folleto especial de su Internationalen Bibliothek. Este escrito puede ser calificado con razón como un primer precursor de su gran Historia del anarquismo posterior. No obstante, Nettlau no tenía ninguna buena opinión de aquel trabajo prime­rizo. Cuando unos treinta años más tarde hablé con él al respecto, vapuleo su «indigna defectuosidad» y reprochó a Most por haber reproducido el trabajo, «en lugar de arrojarlo simplemente al cesto de los papeles, a donde pertenecía», según él decía. Por suerte Most pensó diversamente al respec­to; por lo demás no estaba en condiciones de estimar justamente el valor de ese escrito, por el cual, sin duda, recibió los primeros estímulos para una exacta apreciación de la historia de las ideas y de los movimientos anarquistas que entonces, fuera de Nettlau, ningún otro podía dar.

Que aquel primer ensayo no podía responder a las altas exigencias que se hizo a sí mismo Nettlau en sus obras ulteriores, era natural. Pero esto no altera nada el hecho que aquel escrito se convirtió para los compañeros jó­venes en una guía que los capacitó para aproximarse al estudio de la evolución histórica del movimiento libertario. De mí puedo decirlo absolutamente. He devorado con verdadera voracidad todos los artículos históricos que Nettlau publicó entonces en la Freiheit y tengo que confesar francamente que gracias a él recibí las incitaciones por las que fué más influida mi ulterior actividad literaria. Cuando le encontré en 1896 en Londres por primera vez, no tenía naturalmente la menor idea de que hablaba con el hombre a quien debía tanto. Como él habitaba en Viena, su colaboración en la Freiheit habría pedido significarle muchos trastornos entonces, aunque sus artículos a causa de su carácter estrictamente histórico no habrían sido objetados en ningún país. Pero el nombre de Johann Most era para los gobernantes en Alemania y en Austria como un trapo rojo para el toro, de manera que Nettlau tuvo que hallar más conveniente ocultar su nombre. Transcurrieron muchos años antes de que supiese yo quién fué el autor de aquellos eruditos ensayos de la Freiheit.

 

Cuando conocí a Nettlau, hacía muchos años que se venía ocupando de los trabajos preparatorios para su monumental biografía de Bakunin, la gran obra de su vida que no consideró nunca totalmente acabada. Pocos sospechan el enorme material histórico reunido o elaborado. Un hombre ins­pirado por amor interior se consagró a su tarea y recogió con celo incansable todos los hechos que tuvieron relación con la acción de Bakunin y con su tiempo. Apenas hubo una persona conocida del amplio círculo en torno a Bakunin a quien Nettlau no haya visitado y no haya interrogado por escrito. Con ese fin emprendió viajes, reunió viejas correspondencias y una multitud de documentos y manuscritos jamás publicados y creó así las verdaderas bases de las que podía surgir la descripción de aquella vida vigorosa. Fueron abiertas allí por primera vez incontables fuentes de inapreciable importancia para el investigador. En verdad casi todo lo que se escribió desde entonces sobre Bakunin, su círculo y la historia dela Internacional, se apoya en el material arrancado al olvido por la actividad indagadora de Nettlau y que de esa manera fué salvado probablemente de la destrucción completa.

Fué un destino trágico que un hombre en cuyo material de primera clase se han nutrido tantos, no haya tenido la alegría de ver impresa su gran obra. Sólo cincuenta ejemplares fueron poligrafiados entre 1896-1900 por Nettlau mismo y llegaron de ese modo a manos de un pequeño número de amigos íntimos y a las grandes bibliotecas de Londres, París, Berlín, Viena, Ma­drid, etc. La obra fué escrita en alemán, lleva el título Michael Bakunin. Eine Biographie, y abarca tres volúmenes in folio de 1281 páginas. Como apéndice a esta obra escribió Nettlau en 1903-1905 otros cuatro volúmenes que contienen lo que sacó a relucir hasta entonces la investigación sobre Bakunin y que no estaban destinados a la publicación.

A iniciativa de Eliseo Reclus preparó Nettlau su preciosa Bibliographie de l’Anarchie, que apareció en Bruselas en 1897, una obra de unas trescientas grandes páginas, que contiene una lista de todos los impresos publicados hasta allí — libros, folletos, periódicos, etc. —, ordenados sistemáticamente por idio­mas y países, en tanto que eso fué posible. Fuera de Nettlau no había en todo el movimiento otro hombre que hubiese podido someterse a ese trabajo gigantesco. Solo él estaba llamado por sus vastos conocimientos de idiomas y sus estudios históricos ramificados, a emprender esa tarea. También la Bibliographie tuvo un precursor, como la gran biografía de Bakunin y su Historia del anarquismo. Nettlau había reunido para Malatesta, cinco o seis años antes de la aparición del libro, una lista bastante amplia de la literatura anarquista internacional, que por desgracia fué víctima de las llamas en un incendio de la habitación de Malatesta. Eliseo Reclus, que hizo un prólogo para el libro de Nettlau, reconoció que hasta allí él mismo no había sabido «cuan ricos somos» y que la «abundancia del material mencionado le ha sorprendido, aunque el autor no tiene la pretensión de haber hecho algo completo». La Bibliographie de l’Anarchie fué el primer gran trabajo que Nettlau firmó con su nombre y por el cual fué conocido en un círculo más amplio.

Del enorme trabajo literario que ha realizado en años ulteriores, se ha­blará todavía en otro lugar. Es difícil comprender cómo un solo hombre pudo dominar una tarea tan monstruosa en el curso de una vida humana. Aparte de Proudhon, no hay en todo el movimiento libertario otro escritor que pueda echar una ojeada a un trabajo tan vasto y monumental. Y no hay que olvidar aquí que no se trata de literatura de propaganda, sino de valiosos trabajos científicos, cuya confección exigió un empleo enorme de celo, es­fuerzo, tiempo e infinita paciencia. Solo un hombre que había puesto su vida entera en absoluto al servicio de una gran causa, podía llevar a cabo una obra tan grandiosa. Nettlau era un historiador de honestidad insobor­nable, que se preocupó siempre de separar la escueta verdad histórica de las exageraciones legendarias. Como adversario declarado de todas las interpre­taciones de la historia, cualesquiera que fuesen, que calificaba de ensayos para fortalecer opiniones preconcebidas por la fe en un desarrollo forzoso de los procesos históricos, sostenía el punto de vista que la tarea de la his­toriografía sólo podía consistir en esclarecer lo más posible determinados hechos históricos en base al material existente, para llegar a una comprensión real de los acontecimientos pasados. Así me escribió un día (17 de agosto de 1922):

«Las interpretaciones de la historia son sólo representaciones de deseos, una especie de mitología moderna. Se ven las cosas como se desea verlas — en lo cual, por lo demás, no se ha dicho que ocurra esto conscientemen­te — y se interpreta alegremente en ese campo, lo que es siempre peligro­so, en especial cuando se trata de períodos muy lejanos, sobre los cuales sólo existen fundamentos escasos y a menudo no existen fundamentos históricos para el investigador. La interpretación lleva a menudo a conclusiones que en la mayoría de los casos corresponden a la manera de pensar de un tiempo posterior o de una determinada tendencia y justamente por eso no deberían hallar empleo alguno en la valoración de un período desaparecido desde hace mucho tiempo. Una prueba de ello es el Ursprung des Christentums de Kautsky, que nos acerca con una seguridad virtuosa a los hombres de aquel tiempo tan palpablemente como si nos hubiésemos sentado ayer con ellos en la misma mesa o hubiésemos dormido en la misma cama. Incluso allí donde tenemos a disposición un rico material histórico, los hechos reales son interpretados por los contemporáneos mismos tan diversamente que sólo se puede tener una imagen más o menos clara por la observación de los por­menores más íntimos. Tampoco entonces son evitados los errores, que sólo pueden ser paulatinamente esclarecidos por nuevas investigaciones».

Esa manera de ver nos explica por qué tenían tanta importancia para Nettlau también los detalles más insignificantes; le proporcionaban a menudo ocasión para esclarecer conexiones internas que antes eran enteramente con­fusas. Ese ahondamiento íntimo en los sucesos más pequeños es, sin duda, la causa también de que los escritos de Nettlau hayan encontrado hasta aquí un círculo tan pequeño de lectores. No son ciertamente un alimento espiritual para los lectores del término medio, y hay que tener una cierta inclinación para los estudios históricos para proceder a la elaboración de esa abun­dancia de hechos. Entonces, ciertamente, se sentirá uno ricamente recom­pensado y tendrá certidumbre sobre mil cosas y generalmente de primera fuente. Las obras de Nettlau nos abren una cantidad casi increíble de fuen­tes, a las que la mayor parte de los lectores no habrían tenido acceso sin él. En eso precisamente consiste su mérito inolvidable, que beneficiará también a todos los futuros investigadores.

Nettlau mantuvo muchos años y casi hasta su muerte una vasta correspondencia epistolar con amigos y compañeros de todos los países, que sería una verdadera mina para la historia del movimiento social de los cincuenta a sesenta años que abarca, si fuese reunida y pudiese ser utilizada para la investigación. Sus cartas eran siempre alentadoras y contenían a menudo un humor sutil que no se encuentra en sus escritos. Centenares se han dirigido a él para tener información sobre cosas y personas que ningún otro podía darles. Estaba siempre dispuesto y no era avaro en la transmisión de sus conocimientos a otros. Así, más de un trabajo escrito por otros durante su vida, tuvo por base el rico material de sus escritos o le fué ofrecido gene­rosamente por informaciones epistolares que no raramente adquirían la mag­nitud de ensayos verdaderos y propios.

No obstante, Nettlau, a pesar de su fecundidad literaria inagotable, no podía ganar bastante como escritor para poder vivir. Hasta el estallido de la primera guerra mundial estuvo en situación de llevar una existencia completamente independiente y de dedicar todo el tiempo a sus estu­dios. Después de la muerte de su padre heredó un pequeño caudal que le permitía una vida modesta y la libre dedicación a sus inclinaciones. Or­dinariamente pasaba un par de meses del año en Londres, un par de meses más en París, Ginebra, Zurich o Berlín y el resto en Viena. En esos lugares se ocupaba principalmente de sus estudios, en las grandes bibliotecas, cuando no debía emprender otros viajes que tenían el mismo objeto. Pero esa vida libre y sin apremios se modificó de golpe cuando terminó la primera guerra mundial. Por la desvalorización del dinero fué privado de su pequeño cau­dal, vivía en Viena en una pequeña habitación desprovista de toda comodi­dad, en condiciones muy precarias, y a menudo en la miseria más extrema. Pero su celo laborioso inagotable no le abandonó siquiera entonces y la mayor parte de sus grandes obras han surgido justamente en aquellos años llenos de penurias.

Cuando conocí a Nettlau en Londres, sólo tuve ocasión de cuando en cuando de reunirme con él, pues nuestro tiempo era siempre escaso, lo cual no era posible de otro modo en sus breves visitas a Inglaterra. Sin embargo, tuvo hacia mí una cierta deferencia, cuando observó que tenía el más grande interés por sus trabajos. Reuní para él durante largos años todos los perió­dicos, revistas y otras ediciones de literatura anarquista en idioma yidisch que se publicaban en Inglaterra y en los Estados Unidos. En aquellos años tenía vivienda permanente en 36 Fortune Gate Terrace, en la parte noroccidental de Londres, donde había reunido una gran parte de su gigantesca colección de periódicos, libros y otros impresos. Tuve allí la primera ocasión de conocer, aunque muy superficialmente, esa colección única y en extremo valiosa. También le vi en sus visitas a menudo en el domicilio amistoso de Bernhard Kampffmeyer en Acton, donde estaban presentes comúnmente también Wilhelm Werner y algunos otros amigos. Tan solo cuando el destino me llevó de nuevo a Alemania después de la primera guerra mundial, nos acercamos más y mantuvimos desde entonces una correspondencia ininterrum­pida, rota solamente por la invasión alemana a Holanda en el período de la segunda guerra mundial. Por desgracia la mayor parte de sus cartas han caído después en manos de los bárbaros pardos y probablemente, como tantas otras cosas, han sido destruidas. En esa correspondencia eran discutidas mu­chas perspectivas nuevas sobre el movimiento y como no siempre teníamos la misma opinión, tuvimos más de una discusión incitante que me hace do­blemente sensible la pérdida de sus numerosas cartas.

Durante los ocho años que precedieron a la toma del poder por Hitler, Nettlau llegaba casi todos los veranos por algunos meses a Berlín y los días que podíamos pasar juntos eran para mí verdaderas horas de fiesta. Pues Nettlau era en el trato con los amigos íntimos un compañero amable, un carácter caballeresco, algo románticamente predispuesto, y una magnífica per­sonalidad con un sentido nato de independencia, que no soportaba la menor coacción. Lo pudo experimentar en aquel tiempo mi difunto amigo el doctor M. A. Cohn, que tuvo con él este episodio chistoso:

Cohn había llegado entonces con su esposa a Berlín y convino un en­cuentro con Nettlau en Munich a fin de entenderse con él respecto de su Valiosa colección, que preocupaba mucho entonces a Nettlau. Centenares de cajones lo había hecho guardar por amigos fieles al estallar la primera guerra mundial en depósitos de Londres y París. Como había perdido sus recursos propios y a consecuencia de la inflación no podía afrontar el costo del almacenamiento, la colección sólo podía ser salvada por la intervención de algunos amigos acomodados, entre ellos M. A. Cohn.

Yo había informado a Cohn de que Nettlau vivía en condiciones muy precarias y le había rogado que le librase de la gran inquietud por su colección. Pero cuando Cohn, que no había visto nunca a Nettlau, vio repentinamente ante él a un hombre sin cuello, con la camisa remendada, las ropas totalmente raídas y los zapatos maltrechos, le estremeció de tal modo su presencia que no supo qué hacer. Finalmente se repuso y rogó a Nettlau que fuese con él a un negocio y se vistiese a su costa.

Pero Nettlau se defendió humildemente y dijo con fina ironía: «No, querido doctor, eso no. Hoy me compra un traje nuevo y mañana exigirá que me corte la barba. ¡No! ¡No! Realmente, no».

Cohn quedó confundido y como americano práctico no pudo compren­der nada de eso. Incluso cuando me contó después el asunto, no sabía toda­vía qué debía hacer, y dijo que Nettlau al parecer debía ser un hombre muy raro. En esto no le faltaba razón, pues un hombre de su envergadura se encuentra quizás sólo una vez en la vida. Pero justamente su manera de ser era en este hombre, que había hecho en su vida una tarea tan extraordi­naria, uno de sus más bellos aspectos. Como su obra era única en su género, también el carácter de su creador no era un fenómeno cotidiano que se encuentra a cada recodo de la calle. Nettlau era, sin duda, un hombre raro y el que no le conocía más íntimamente tenía que sentirse a veces afectado por un cierto anacronismo en su manera de vivir y por sus hábitos perso­nales, que a menudo daban la impresión de algo extravagante. Sin embargo, todos los que tuvieron la dicha de entrar en íntimo contacto con él, reco­nocieron las grandes excelencias de su gran carácter, su bondad innata, su sentido indoblegable de justicia, su independencia de pensamiento y no que­rían verle de otro modo a como era en verdad.

Nettlau estaba exento de toda vacía vanidad, que es siempre el signo de una mediocridad espiritual. Su acción personal correspondía siempre a toda su interpretación de la vida y no era nunca lesiva o molesta. Su mo­destia tranquila obraba bienhechoramente incluso en un hombre con conoci­mientos tan vastos y extraordinarios. Se sentía más cómodo cuando podía dedicarse a su trabajo sin ser perturbado contra su voluntad. Nada le era más penoso que cuando su persona era alcanzada al azar por un rama­lazo de la publicidad, lo que ocurría muy raramente, es verdad. En tales casos quedaba totalmente indefenso y no sabía qué hacer. Tuve ocasión de observarle en una de esas oportunidades y no olvidaré la impresión. Fué en Barcelona, poco después de la caída de la monarquía. Nettlau solía hacer una visita casi todos los años desde 1927 ala familia Montseny (Urales) y me escribía frecuentemente lo bien que se sentía en ese ambiente amistoso. Había descubierto además, en una pequeña biblioteca pública de ­Barcelona, una cantidad de documentos en extremo valiosos de la época de la primera Internacional, de modo que en sus visitas pudo reunir lo grato con lo útil, lo cual era para él singularmente importante.

Nettlau gozaba entre los camaradas de Barcelona de un gran afecto, lo cual se basaba en la reciprocidad, pues a lo largo de su vida tuvo más sim­patías por el movimiento español que por cualquier otro. Muchos de sus mejores escritos aparecieron en lengua española, de manera que para los españoles no era un desconocido.

Cuando en 1932 tuvo lugar en Madrid el congreso dela C.N.T., al que siguió el cuarto congreso dela A.I.T., llegué con un número de dele­gados extranjeros a España, para tomar parte en ambas reuniones. En esa ocasión volví a ver a Nettlau en Barcelona, donde los compañeros habían convocado una gran asamblea para saludarnos, a la que concurrieron más de 18.000 personas. También Nettlau se encontraba allí para asistir a la demostración como oyente silencioso. Alguien ha debido informar al presi­dente de la asamblea sobre su presencia, pues después de una breve pausa hizo conocer con palabras vibrantes a la asamblea que Nettlau estaba pre­sente y le pidió que dijese un par de palabras. Estoy persuadido de que si Nettlau hubiese sospechado lo que le iba a ocurrir, no habría asistido seguramente al acto. Pero una vez allí de nada valía resistirse. Los aplausos generales con que fueron saludadas las palabras del presidente, no le dejaron ninguna elección. Tuvo que aparecer en la tribuna de los oradores. Después de aplacarse los aplausos, se inclinó levemente y dijo: «Compañeros, os lo agradezco». Tras lo cual abandonó apresuradamente su lugar en la tribuna y volvió a desaparecer entre la muchedumbre.

También en el movimiento libertario mantenía Nettlau una posición especial. Se declaraba abiertamente en favor del anarquismo, pero no perte­necía a una determinada escuela. Ni el anarquismo individualista de Tucker ni el anarquismo comunista de Kropotkin podían satisfacerle por entero. Era más bien de opinión que todos los sistemas económicos preconcebidos debían ser experimentados primero por la realidad práctica de la vida y probados en su contenido; porque cosas que en la teoría parecen muy lógicas y conve­nientes, en la práctica chocan a menudo con resistencias insospechadas que nadie podría prever. Toda forma económica puede por consiguiente ser con­siderada sólo como medio para una finalidad determinada, pero nunca como fin de sí misma. Su verdadero valor se puede medir según sea beneficiosa o nociva para el desarrollo de una humanidad libre. Por eso le parecía la libre experimentación como el único criterio de una sociedad libre, pues sólo la experiencia podría demostrar lo que es exacto o falso en las teorías.

Nettlau fué por eso también el primero que sostuvo el derecho de las minorías en el socialismo, sin el cual toda nueva ordenación de la sociedad tiene que culminar en una nueva tiranía. Reconoció con gran agudeza que, dada la diversidad infinita en el campo del socialismo contemporáneo, es imposible una transformación social en el sentido de una tendencia determinada y, si se impone por la violencia bruta, sólo puede conducir a la opre­sión completa de todas las otras tendencias, como nos lo ha demostrado hoy tan drásticamente el ejemplo ruso, que Nettlau presintió con mucha anti­cipación. Nettlau intentó por eso después de la primera guerra mundial, cuando el mundo estaba preñado de grandes cambios sociales, alentar en numerosos artículos un acuerdo en este sentido entre las diversas tendencias socialistas, si no querían caer completamente bajo la locura de la dictadura. Si sus propuestas resonaron entonces como una voz en el desierto, es sin embargo indiscutible que había captado justamente el germen del problema. Sólo por el reconocimiento de un derecho a las minorías, que haga posible a toda tendencia socialista una libre creación constructiva, puede lograrse en general una nueva creación de la sociedad en el sentido del socialismo. Cual­quier otro camino desemboca en última instancia en la dictadura y en una negación de todos los derechos y libertades humanos *

Incluso las terribles luchas religiosas, por las cuales fué conmovida en toda su profundidad la vida de los pueblos europeos durante siglos, llegaron a su fin con el reconocimiento de la libertad de creencias, permitiendo que cada cual fuese bienaventurado a su manera. Nettlau dijo por tanto con razón que si el socialismo no podía imponerse una tolerancia idéntica, fallaría completamente en su objetivo como ideal social del futuro y sólo podría ser un nuevo eslabón en la cadena del esclavizamiento.

Nettlau partía en sus concepciones completamente de las ideas liberales del siglo XIX, lo que no quiere decir en modo alguno que no tuviese ningún sentido para las aspiraciones ulteriores de nuestro tiempo. Pero vio también sus aspectos sombríos y tenía bastante amplitud de visión para reconocer que todo desenvolvimiento no es un progreso. Sintió que las grandes conquistas técnicas de la época no marchan a la par con el desarrollo de la conciencia ética de los hombres y que el sentimiento social caía cada vez más en ruinas por eso. La mecanización de la economía que se operaba con ritmo creciente y las aspiraciones en constante aumento a la centralización en los modernos Estados, mecanizaban también el pensamiento y el sentimiento de los hombres y daban motivo para toda una serie de teorías asociales que minaban nuestra  moral y volvían a los seres humanos incapaces para resistir contra el mal que les amenazaba. Nettlau vio en esos fenómenos de nuestro tiempo el mayor peligro y la verdadera causa de las espantosas catástrofes sociales que cayeron sobre el mundo.

Era un enemigo de todos los dogmas y de todas las frases huecas que obstaculizan y atan el pensamiento independiente. El despotismo de las ideas preconcebidas era para él tan odioso como todo despotismo político económico. Se llamaba a menudo un hereje y eso era en efecto, pues no ocultaba sus opiniones jamás y decía a los propios compañeros a menudo mas de una verdad incómoda, que por desgracia no han sido bastante escuchadas. Lo sabía él mismo y se sentía deprimido. Una vez me escribió: “el pensamiento propio es el más pesado de todos los trabajos, según parece. Y sin embargo una sola iniciativa nueva tiene más valor que toda una muchedumbre de teorías aherrumbradas que no tienen ya nada que decirnos y la mayoría de las cuales sólo sirven de motivos decorativos para ocultar con ellas la propia pereza de pensamiento”

Con él ha perdido el socialismo libertario uno de sus representantes más importantes y característicos. De su acción ulterior y de su fin trágico se hablara en otro lugar aún.


[1] Texto que se encuentra originalmente en Rudolf Rocker, En la Borrasca (Años de destierro). Traducción de Diego Abad de Santillán. Editorial Tupac: Buenos Aires, 1949. Págs. 71 – 80.

* En mi libro Max Nettlau, el hombre y su obra, que hasta aquí sólo apareció en español, he ahondado estos pensamientos del difunto amigo y puedo remitir al lector a ese trabajo