Naturismo: «La medicina de laboratorio y la medicina de la naturaleza», por Dr. Carlos Obedman [Periódico Vida Nueva, 1937]

[Leer en PDF. Archivado en Ciencias]

Con este escrito abrimos una nueva subsección dentro de «Ciencias»: el «Naturismo». Por un lado, esta subsección permite recolectar y presentar varios trabajos y documentos históricos que se han realizado acerca de las prácticas naturistas dentro del anarquismo (que incluye el vegetarianismo, el uso de medicinas naturales, el cuidado de la salud física y mental, el nudismo, entre otros), y, por otro lado, tiene una aplicación práctica en nuestras costumbres diarias, sobre todo respecto a la alimentación o uso de fármacos de laboratorio.

Presos, anarquistas y desnudos (Barcelona)

Es sabido que uno de los más reconocidos expositores del naturismo fue Elíseo Reclus. Sin embargo, para comenzar, hemos optado por trascribir un texto publicado en 1937 en el periódico «Vida Nueva», editado en Osorno por la C.G.T. bajo la dirección de Juan Segundo Montoya, sindicalista, anarquista y naturista chileno, autor de un maravilloso recetario y, además, poeta. Dentro de unos días comentaremos otros detalles de este destacado personaje del anarquismo chileno.

Este escrito es del Doctor Carlos Obedman y se inscribe dentro de una línea de textos muy propios del periódico «Vida Nueva», a saber, el no uso de vacunas ni fármacos de laboratorio, proponiendo, en cambio, el cuidado constante de nuestra salud física y mental a través de prácticas que alimenten nuestra energía corporal. Así, el Dr. Obedman recomienda:

(…) el ejercicio físico  en su defecto, el uso del agua fría o del aire fresco, que sea estimulando vigorosamente la circulación de la sangre por medio del movimiento o de las reacciones de la piel en contacto con el agua o el aire, suministran a la máquina física o al complejo mental un alimento o una fuente ubérrima de energías.

Es cierto que el deterioro generalizado de la salud ha causado más interés por el cuidado de la salud a través de medios naturales. Pero por esta misma razón es interesante volver a insistir en un tópico sobre el cual los anarquistas han insistido hace más de un siglo y que se sustenta en el propio cuidado, constante y preocupado por no dejar que nuestras energías «vegeten en la podredumbre de un pántano», conforme concluye Piotr Kropotkin en «La moral anarquista».

En fin, un texto para cuestionar la vida sedentaria, los trabajos de oficina y nuestros desayunos:

«La medicina de laboratorio y la medicina de la naturaleza», por Dr. Carlos A. Obedman [*]

Los males que padecemos se deben a causas generadas en el diario trajín de la existencia. Desde que despertamos hasta que, vencidos por el cansancio o empujados por las costumbres y la necesidad, nos echamos en techo para reparar las fuerzas perdidas, estamos continuamente expuestos a violar principios fundamentales de la salud física y moral. Despertamos muchas veces después de haber forzado al cuerpo a permanecer más tiempo del necesario o tras de haber obligado a la mente a permanecer adormilada. Otras veces cuando el organismo aún no se ha repuesto de sus pérdidas y cuando el cerebro no ha descansado lo suficiente para recomenzar su teoría de dirigir y conducir las energías fisiológicas y morales del individuo.

Entonces fundadamente, el ritmo se transforma y el equilibrio de las funciones se resiente, originando a través de muchas reincidencias estados patológicos del cuerpo y el espíritu.

Sigamos revisando las actividades y los estados en que se coloca al cuerpo y a la mente. Muchas veces falta al cuerpo la reacción suficiente para entrar en funciones, como sucede en los casos anteriores ya previstos y aunque siempre es necesario estimular al organismo con una reacción inicial que entone la fibra muscular y el tejido nervioso excitando el movimiento de la sangre, muy a menudo el hombre moderno deja a un lado estas consideraciones y deja de realizar un acto tan fundamental para la salud: el ejercicio físico  en su defecto, el uso del agua fría o del aire fresco, que sea estimulando vigorosamente la circulación de la sangre por medio del movimiento o de las reacciones de la piel en contacto con el agua o el aire, suministran a la máquina física o al complejo mental un alimento o una fuente ubérrima de energías.

Sobre todo el hombre sedentario, cuyas actividades se desarrollan en la mesa de la oficina o en ocupaciones sin mayor trabajo físico o manual, esta deficiencia fundamental determina a la larga un estado de debilitamiento provocado como se comprende, por la falta de movimiento necesario al desenvolvimiento de las actividades orgánicas.

Trabajando únicamente el sistema nervioso central, la mente, la atención, la memoria, en forma solamente mecánica la fibra muscular se atrofia poco a poco, por deficiencia en la función y el sistema nervioso simpático carece de estimulante natural para excitar las funciones orgánicas. Esto significa una lenta y progresiva degeneración de la energía física, con sus derivados fisiológicos o patológicos mejor dicho: la inapetencia, la debilidad física, la constipación intestinal cuando no, y con frecuencia, estados neuróticos y psicasténicos que conducen a estados mucho más acentuados de la deficiencia general del organismo y de la vitalidad: la neurastenia, la abulia y los vicios hereditarios de conformación y mentalidad.

La alimentación es otra fuente prolífica de trastornos orgánicos y mentales. Se comienza generalmente el día ingiriendo tóxicos y bebidas estimulantes: el café, el té, el tabaco o el alcohol. Son muchas las personas que empiezan el día intoxicándose o mejor dicho, endrogando el organismo: aquellas bebidas, ya sea tomadas de forma simple o mezclada con otras sustancias menos tóxicas realizan la primera transgresión al sistema racional de alimentación que debería empezar siempre con la ingestión de frutas, que a manera de depurativo y estimulante natural ejerce la importantísima función de eliminar los restos de tóxicos ingeridos el día anterior y la no menor de estimular con su indiscutible contenido de vitaminas y sales minerales, fuente de salud y de vida, las fuerzas naturales del cuerpo.

Las otras comidas adolecen con abrumadora frecuencia de defectos técnicos y falas científicas de composición. Se come demasiado y mal. Se ingieren proporciones desmesuradas de grasa, azúcar artificial e hidratos de carbono sin su acompañante vitamínico y celulósico. Los alimentos feculentos, cereales específicamente, son una fuente innumerable de males y enfermedades, cuando se ingieren descortezados como es costumbre de los últimos tiempos. El cereal sin corteza y sin germen, sin los cuales no sólo no es completo, sino carente de las mejores cualidades que la naturaleza ha puesto en ellos, ingerido en forma de pan, alimento universal, es la causa de la mayor parte de las enfermedades des estómago e intestinos que repercuten notablemente en todas las funciones del organismo y aún en el carácter y sensibilidad.

Los alimentos excesivamente albuminosos o proteínicos, y legumbres, cuya necesidad en el organismo es pequeño y virtualmente satisfecha con la más mínima proporción de alimentos de otra naturaleza que contienen en proporción suficiente la proteína necesaria al cuerpo, cereales, leche, frutas oleaginosas y desecadas, provocan afecciones de orden nutritivo que atacan los órganos y aparatos destinados a la eliminación de los residuos, obstaculizando en su acción y entorpeciendo el funcionalismo general: las enfermedades del hígado, riñón, piel e intestinos nacen generalmente de esta fuente.

Agreguemos a todo esto, las perniciosas costumbres que adquieren algunos hombres y mujeres practicándolas a diario: ingestión de alcohol en todas las formas, incineración de tabaco en la entrada de las vías respiratorias, permanencia en lugares cerrados durante la mayor parte del día y de la noche, exceso de lecturas y visiones cinematográficas de historias inmortales no en cuanto al contenido mismo sino en cuanto al contagio frecuente de costumbres insanas, y tendremos claramente esbozado el ambiente, el mecanismo y el efecto de una existencia propicia a todos los males del cuerpo y del espíritu.

A todos estos males se pretende curar o aminorar con la medicina de laboratorio. A todos estos males se quiere eliminar por medios de drogas, tóxicos, sueros y vacunas, pretendiendo aliviar defectos y taras originadas en la degeneración orgánica y en la perturbación moral de las costumbres con sustancias extrañas, ajenas a la constitución del medio orgánico, cuya única cualidad es la de traer al cuerpo fuerzas también extrañas que violentan la naturaleza de los tejidos y la calidad de la sangre.

Efecto de todo ello y de los defectos antes enunciados de la degeneración física y moral y de la medicina de laboratorio, es la enfermedad que acosa en estos tiempos al corazón de la humanidad, tanto a los ancianos como a los jóvenes: el cáncer.

El cáncer es la enfermedad que se ha desarrollado en forma pavorosa en los últimos cincuenta años, conjuntamente con el auge también pavoroso de la medicina de laboratorio, último toque de gracia para la humanidad sufriente, descaminada, perdida en la encrucijada de la ciencia y de la naturaleza.

El que piense un instante, el que penetre en las causas de este estado aleccionador y doloroso de la humanidad, sabrá perfectamente encontrar muchas razones para comprobar cuál es el camino más certero y lógico para reconquistar el estado floreciente de la salud del hombre y de la colectividad humana: la ciencia de la naturaleza, la religión y el sentido de la vida natural es lo único que podrá salvar al hombre de mayores miserias que las que está padeciendo.

Y el que no lo comprenda, el que no lo quiera comprender, por razones cualesquiera que ellas sean, está afectado a una enfermedad difícil de curar: la miopía espiritual.

Comprender es saber, y sólo sabe el que ante un problema cualesquiera se despoja de todo lo que no sea interés pero en reconocer una cosa cierta y verdadera, se despoja de todo prejuicio insano y provee, para la dilucidación de un problema, un espíritu despierto, una conciencia limpia y un corazón anheloso de la verdad y de la justicia.

[*] Este artículo apareció originalmente en el periódico Vida Nueva” (Domingo 3 de enero de 1937, N° 54, año III) que se publicaba en Osorno, ciudad situada al sur de Chile